Siete años y dos días después de aquel memorable 15 de junio que iba a ser el principio del fin del loperato, las expectativas no se han cumplido. Negar eso sería ir contra corriente y digno del comportamiento de un descerebrado. Han sido en realidad seis años, pues fue en un viernes de julio de un año después de aquella hermosa demostración cuando la juez Alaya defenestró a Manuel Ruiz de Lopera del puente de mando del Betis.

Pero, ¿qué más da un año comparado con la eternidad?, se preguntará el orate de turno. Lo cierto es que las cosas no han salido como se preveía aquella tarde de Avenida abarrotada y corazones henchidos de beticismo. De beticismo y de muy buenas intenciones que han ido diluyéndose entre el disgusto del bético de bien, de ese bético que únicamente aspira a que su equipo gane. Pero en este tiempo, el equipo sólo ha aportado lo mínimo para sobrevivir, sólo eso.

En este tiempo, en esta otra travesía del desierto de las muchas que atravesó el club de las trece barras con corona, muchos han sido los errores y muchas las buenas intenciones que se quedaron en el camino entre el regodeo de tontos útiles y de desafectos a la causa. Seguramente, si todos hubiesen remado en la misma dirección, otro gallo le hubiese cantado a un club que parece nuevamente obligado a quedarse con lo que no quiere y a fichar lo que nadie quiere, o sea...

Ahora, el asunto que acapara la atención y que dificulta todo lo demás es la situación de Dani Ceballos. Este motivo de discordia sería mortal de necesidad para cualquiera que no tenga la cualidad de inmortal que tiene el Betis. Hasta he leído a alguien que aconseja que al utrerano hay que darle lo que pida. Las cosas que hay que ver, leer y escuchar, darle lo que pida, qué barbaridad, Siete años y dos días después, el panorama invita a pensar que el Betis vive sólo porque es el Betis.