Cambio de sentido

Al aparato

La vida es aquello que te pasa mientras estás ocupado en mirar y toquetear una pantalla

El rey Felipe VI y Ada Colau con el bigote engurruñido pero juntos, en el Mobile Word Congress, que "allí llegados, son iguales / los que viven por sus manos / e los ricos". Las estampas que nos dejó esa feria de aparatos telefónicos muestran algo más que las tensiones intestinas "del rebelde catalán", que diría Quevedo, con el Reino (qué antigüedad): señalan al poderoso caballero, al que todos, reyes y plebeyos, potentadas y empoderados, rinden pleitesía. Es el Dios Dinero, guiñándonos con su ubicuo ojo cibernético. Adoremus.

Allí se han visto cosas que jamás creeríais: un Galaxy S9+ brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhüser, emoticonos diseñados por nipones impertérritos, reconocimiento facial de caraduras. El nuevo haiga BMW permitirá al Michael Knight de turno llamarlo desde el teléfono y que el buga llegue hasta él (hace falta ser hortera). "Espejo negro, espejo negro, ¿quién es la más guapa?", preguntaré en cada selfie, y me tupirán a likes. La cuchara hologáfrica de Nutribén (Nutrispoon) se acopla al móvil para que el bebé trague animaciones en 3D con la papilla.

Aparente paradoja: nuestras sociedades tecnológicamente desarrolladas se encuentran -en materia de derechos y libertades, en educación y en la formación de la conciencia crítica- en vías de subdesarrollo. Y a qué ritmo, pura velocidad 5-G. En estos días raros, graban su talión en tablets viejos lobos con piel de demócratas; en el circo romano -que ahora es portátil y en HD- asistimos al espectáculo del dolor ajeno; en los altos muros de Facebook y otras redes luce el antiguo cartel de Prohibido Blasfemar; la neolengua escupe eufemismos y posverdades, y que si quieres cookies, Catalina. El Big Data sabe de mí mucho más que mi confesor. ¿En qué momento o clic aceptamos esta derrota?

Yo también llevo en el bolso mi porción de coltán, mi hambriento tamagochi marca Samsung. Me pregunto si podría invertirse el signo de los tiempos, si tanta tecnología podría servir -de nuevo otra aparente paradoja- para hacernos más humanos. O al menos más críticos. Consulto al oráculo de Google. Albricias: hay varias aplicaciones que, con un algoritmo, son capaces de escribir poemas a la manera del Siglo de Oro y artículos de opinión. Tentador, ¿verdad? Seguramente sean más perfectos y acomodaticios que los que escribimos, en este su periódico, humanos de carne y verso. La vida es aquello que te pasa -ay, John Lennon- mientras estás ocupado en mirar y toquetear una pantalla.

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