COMPARECE el Sevilla ante los suyos luciendo la flamante vitola de finalista, de protagonista de una nueva final, y van. Y la colisión es con un viejo compañero de viaje y de rencillas, que fueron muchos los viajes comunes e innumerables las pendencias. Osasuna al otro lado de la calle y bajo la batuta de otro viejo conocido, de un hombre que está en la mejor historia del fútbol español y en la peor del Sevilla, cosas que pasan. José Antonio Camacho contra Manolo Jiménez, dos que coincidieron en muchas facetas, tanto como iguales de corto en la yerba así como en el trato de maestro y discípulo en dicha etapa negra del Sevilla.

Y este Osasuna que ahora se mueve bajo los modos y las maneras de Camacho está cuajando un curso más que digno, mayormente si se compara con los pasados más recientes, que el pasado lo salvó porque tuvo la fortuna de enfrentarse a Madrid y Barça cuando ya estaba todo el pescado vendido. Pero a lo que vamos, que nada tiene que ver con cuestiones pretéritas por muy cercanas que éstas sean en el tiempo. ¿Alguien duda de que el duelo con los navarros no es pan comido? Creo que nadie, pues si de siempre saltaron chispas en ellos, la necesidad que se le acumula al Sevilla para no descolgarse de la zona noble acrecienta el interés.

Sí le vendría bien al equipo sevillista que la afición aparcase el contencioso que se trae con el entrenador en aras del bien común. El entrenador, con eso de que el fin justifica los medios, ofrece una cuenta de resultados más que aceptable y no cabe duda de que no sería ésta mejorable de proseguir ese divorcio con la grada. Está muy necesitado el equipo del apoyo porque todos son pocos según se demuestra de su poca solvencia como local. El traspié de Zaragoza y la imagen en el Coliseum Alfonso Pérez no deben pesar en la balanza más que la alegría de ser nuevamente protagonista de una final. Esto es lo que cuenta y a esto debería atenerse la clientela.