La ventana

Luis Carlos Peris

lcperis@diariodesevilla.es

De cómo el atrio ya no era lo mismo

Dejaba uno atrás el Mercado con toda su retahíla de recuerdos de amanecidas de Viernes y en cuanto se embocaba Amargura ya se sentía cómo desde el campanil de la Basílica se llamaba a duelo. El oficiante resumió con rotundidad cómo se habían mutado los roles para que el hombre que había conducido a Dios por las calles de Sevilla en tantas y tantas Madrugadas era pastoreado ya por el mismísimo Dios por los callejones de la Gloria. Abarrotado el atrio había, sin embargo, un silencio como impostado, inusual. Íbamos a darle el último adiós a uno de los que en la hermandad se conoce por uno de los nuestros. Miguel Loreto Bejarano, macareno de nacencia y al que, con los pies por delante, postraron ante su Señor de la Sentencia para su último Padrenuestro. Fuera se veía que ya no era lo mismo el atrio sin la figura de Miguel escuchando y sentenciando. DEP.

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