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Alejandro V. García

El bandazo

ZAPATERO ha sucumbido ante sus propias vacilaciones, las presiones del dinero y las cifras desastrosas. Ha dado su brazo a torcer y, una vez hecha la llave, quién sabe qué pueden hacer con él no ya sus muchos detractores (políticos y financieros) sino sus propios aliados, los sindicatos, que ahora empiezan a tener contundentes argumentos para la huelga. El estreno europeo de Zapatero ha sido desgraciado. ¡Quién nos iba a decir que el primer fruto de la presidencia iba a ser tan astringente! Eso sí, ahora, una vez lanzado el dardo de la pensiones, Zapatero y sus ministros están dispuestos a revisar el calibre de la cerbatana. Elena Salgado ha sido la primera en reconocer que la proposición es modelable y se puede, hasta cierto punto, reblandecer. ¿Hasta dónde? No sabe.

El PSOE pretende reformar las pensiones (y en un futuro inevitable acometer cierta reforma laboral) sin enturbiar no ya la buena relación con los sindicatos sino el espíritu socialdemócrata que ha tintado su política. Me temo que es una labor difícil, quizá imposible. En los dos últimos años Zapatero ha resistido a duras penas las presiones de los bancos y de la patronal para que abarate el despido y someta a cirugía los derechos sociales. Ha aguantado los embates más por interés electoral que por buena praxis económica. El Gobierno ha querido conservar ese reducto de apoyo que le proporcionaba un ascendencia de izquierdas, hasta que las circunstancias (los cuatro millones de parados y el déficit) le han forzado a cambiar el paso. Primero, con un presupuesto con recortes importantes y, ahora, con la propuesta de aumento de la edad de jubilación (matizable) y una ligera, pero significativa, poda de algunas pensiones.

¿Qué vendrá después? Zapatero ha empezado a ceder. Si era inevitable esa condescendencia debió empezar muchos antes, cuando el panorama económico se resquebrajó. Se hubiera ahorrado golpes y habría dispuesto de más tiempo para convencer a sus aliados de la imposibilidad de aguantar las embestidas de los capitostes del sistema sin devastar el empleo. Era razonable que los trabajadores no pagaran una crisis causada por la voracidad neoliberal y por la no menos codicia del sector inmobiliario, pero para ellos era necesaria una dosis de coraje que ni siquiera ha tenido Obama.

Esa blandenguería, más las presiones de la patronal y la banca, y los paupérrimos números macroeconómicos, han terminado por desgastar la resistencia. Una de las perversidades de nuestro sistema económico es que su quiebra sólo se puede restañar violentando el bienestar de los más débiles. Y en esa estamos.

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