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Las dos orillas

José Joaquín León

La bandera de la izquierda

SE ha puesto de moda en los actos de Izquierda Unida, y en otros convocados por diversas organizaciones más o menos afines, que aparezcan banderas tricolores republicanas. Se supone que son para reivindicar la III República, que es el nuevo señuelo con el que Gaspar Llamazares y demás familia caminan al borde de la extinción. Se puede entender también como un homenaje a la memoria histórica de la II República. En todo caso es un error.

La bandera de la izquierda es la misma que la de la derecha: la roja y gualda con el escudo de la España constitucional. Desde que el pájaro franquista salió volando en la Transición, esa bandera es tan de izquierdas como de derechas, porque es de todos los españoles y simboliza el consenso, la libertad y la democracia que, entre todos, pactaron en aquellos años. Curiosamente, uno de los problemas de cierta izquierda es su falta de memoria, que sólo aplican a lo ocurrido hace más de 70 años. Están como algunas personas que, en los días de senectud, recuerdan su infancia, la nostalgia de la niñez, pero se olvidan de la madurez, o lo que les ocurrió el año anterior. En realidad, les falla la memoria reciente.

Algo así le pasa a Izquierda Unida, que debería valorar más y mejor el papel del PCE en los años de la Transición. Ahora, con la muerte de Leopoldo Calvo Sotelo, se ha destacado su papel en la consolidación de la democracia, como lo tuvieron Adolfo Suárez desde UCD, Manuel Fraga desde AP, Felipe González desde el PSOE, o Josep Tarradellas y Jordi Pujol desde el nacionalismo catalán, por citar algunos casos obvios. Pero también resultó fundamental la reconciliación encarnada por Santiago Carrillo, y simbolizada en la legalización del PCE, con el retorno de La Pasionaria, Rafael Alberti y tantos comunistas que sufrieron un duro exilio.

Hoy debemos tener memoria histórica para recordar al Santiago Carrillo que le daba la mano al Rey Juan Carlos, no al Carrillo de las polémicas de Paracuellos; o al Rafael Alberti que dejó el magisterio literario y político de sus últimos años en la Bahía, no al que se escondió en Ibiza durante la guerra antes de partir para un largo exilio. Ese Carrillo, ese Alberti, esa Pasionaria que retornó ya anciana, no renunciaron a su pasado republicano, reflejado en la bandera tricolor, pero quedaron simbolizados en una nueva enseña de reconciliación, que es la bandera rojigualda con el escudo constitucional, en el que están reflejadas todas las Españas y está ausente el pájaro de la discordia.

Por eso, es muy triste que Izquierda Unida y el PCE arrojen por la borda un símbolo de su contribución a la democracia de todos los españoles, y se desprendan de una parte de su propia historia reciente. Para recuperarle votos a Zapatero hay otras posibilidades.

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