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opinión

Abel B. Veiga

La beatificación de un hombre santo

AQUEL Papa, nuestro Papa, con el que muchos crecimos, va a ser beatificado. Se han cumplido el pasado 2 de abril seis años desde el fallecimiento de aquel extraordinario hombre. A las 21:37 Karol Wojtila regresaba a la casa del Padre. El hoy cardenal Leonardo Sandri, anunciaba al mundo el óbito. Le llamaron el Papa Magno. Había pedido que le dejasen morir, murió en paz. Serenamente. La enfermedad hizo mella en él, pero nos dio una gran lección de dignidad. Dignificó la enfermedad, dignificó la vejez en una sociedad exhausta de sí misma, sin valores y hedonista. Quienes le conocimos, sentimos, vivimos y quisimos jamás olvidaremos aquella mirada siempre jovial, entusiasta, sin límites, limpia, profunda. Tenía algo mágico este hombre, contagioso. Un hermetismo o si se quiere magnetismo arrollador. Hecho así mismo. Huérfano de madre a los nueve años, de padre poco más tarde, y también perdió a su único hermano por culpa de la escarlatina. Sólo ante al mundo, él y su vocación. También un líder, con sus aciertos y errores, con enormes virtudes y probablemente fragilidades.

Un hombre extraordinario para un tiempo igualmente extraordinario, difícil y desorientado. Infatigable viajero, proverbial comunicador, hacedor de puentes, luchador de la paz, abanderado de la libertad y los derechos humanos fueron algunas de las cualidades que atesoró con tenacidad y fe rocosa que venía de un país lejano humillado bajo la inhumana bota soviética. Su inmensa espiritualidad desamarba a cualquiera. No había tiempo ni límites en su inmersión en la oración.

Luces y sombras, depende para quién. No nos compete a nosotros juzgar su obra. Para unos conservador en los dogmas y en la moral pero progresista en lo social, para otros un hombre de convicciones y voluntad de hierro que dirigió de un modo personalista los destinos de la Iglesia. Contestado por una minoría intra muros, amado y respetado por todos, lo cierto es que hoy, seis años después, sigue vivo entre católicos y no católicos.

Wojtila no cambió a la Iglesia, tampoco lo quiso, sólo entreabrió tímidamente algunas de sus puertas, pero desde luego sí ha cambiado la forma de ser y actuar un Papa. La Iglesia seguirá siendo Iglesia. No tuvo miedo a ser una voz viva, incómoda para algunos, y verdadera para casi todos. No le tocaron momentos fáciles ni dentro de la propia Iglesia ni fuera de ella. El tiempo nos dirá si la Iglesia vive y vivió un momento de crisis. Pero también verán como este Papa camina hacia la santidad.

Juan Pablo II, el Grande, el viajero, el caminante entre montañas y valles de silencio y a la vez de multitudes, ha sido sin duda el personaje más importante y carismático del siglo XX. Su fuerza han sido un icono, una brújula para miles de cristianos pero también no cristianos, sobre todo jóvenes que sentían un magnetismo enorme hacia este hombre que denunció el consumismo y el hedonismo de nuestro tiempo. Un político que no fue político pero supo mover con sutileza los hilos que da el poder de la influencia ética, moral y religiosa.

Este hombre sufrió mucho a lo largo de su vida, el pasado marcaría su presente, pero sin rencor, su tragedia y drama familiar, los totalitarismos de uno y otro sesgo, la deshumanización de los valores, la pérdida de identidad de una Europa ensangrentada.

Su voz no se quebró, denunció el comunismo con valentía y los excesos de capitalismo salvaje. Supo mantener una postura neutra e inflexible, hablando por aquellos que no poseen voz. Siguió un camino de búsqueda de la verdad, de justicia y solidaridad en Cristo. También sufrió físicamente, sus últimos años fueron muy duros, se acababa su travesía, el hombre que viajó por todo el mundo estaba postrado en una silla de ruedas, el gran comunicador ya no podía hablar .

Juan Pablo II fue el actor político global y total de nuestro tiempo, del último cuarto de siglo, y a diferencia de otros aprendices de líderes, su autoridad moral ha sido única e irrepetible. Denunció guerras y terrorismos, alzó su voz valiente, ofuscó a dictadores aunque no les negase la comunión.

El Papa Grande, sin duda lo ha sido en vida, un gigante de la historia, un atlante del ejemplo y dignidad humana. Nadie como él supo oír a los jóvenes, nadie como él supo coquetear con ellos. Y los cristianos nos sentimos jubilosos. Es la alegría de la fe como dice un padre que conozco y quiero. Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria.

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