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PUES se creía uno, seguramente influenciado por el ambiente navideño que ya empieza a respirarse, que la campaña, aunque todavía estamos en la anteprecampaña, de las autonómicas, iba a ser casi de guante blanco. La realidad es que, después de ver el más que cortés traspaso de poderes entre los gobiernos saliente y entrante, y la complicidad amistosa de Zapatero y Rajoy para fijar la postura española ante la Unión Europea, e incluso la entrañable imagen de ambos dos tomándose una cervecita juntos, con motivo de la celebración del acto conmemorativo de la Constitución en el Congreso, además del conciliador discurso de Bono, podría pensarse que aquí, en Andalucía, las aguas podrían amansarse después de la tormenta de las generales y, aunque con reparos, se podría hacer una campaña intensa pero con propuestas reflexivas y sin descalificaciones.

Pero está visto que uno es un ingenuo, porque para calentar el ambiente nos encontramos con que la secretaria de Organización de los socialistas andaluces, Susana Díaz, se descuelga con que Javier Arenas es un fullero, que no tiene escrúpulos y además es un embustero. Sutil ataque el de Susana, que parece señalar por dónde van a ir los tiros a partir de ahora, aunque es posible que se trate sólo de una forma de hacerse notar por quien se ve con posibilidades de más altos destinos partidistas. Porque lo que ha dicho lo ha dicho sin ningún motivo especial, ni en base a una crítica objetiva, sino como una declaración de sentimientos. La verdad es que si esto responde a alguna estrategia, más bien está equivocada, porque, después del resultado del 20-N no da la impresión de que los andaluces, mayoritariamente, compartan esa opinión, que tampoco parece respaldada por el sondeo del IESA, aunque para Susana dicha encuesta es irrelevante. Si se trata de un simple desahogo, pues vale, pero cuando se ejercen responsabilidades políticas de cierto nivel hay que tener cuidado con lo que se dice, porque las palabras se las lleva el viento, pero también el viento las devuelve.

De todas formas, salidas de tono aparte, da la impresión de que la descalificación global del adversario -sin entrar en detalles, como decía el otro- poco influye en los resultados electorales, bien sea para desanimar el voto del contrario o para entusiasmar al propio. Para lo más que vale es para recibir esas palmaditas de complicidad que te regalan tus correlegionarios, con una sonrisita hipócrita y que al final perjudican bastante más que benefician a los autores de dichas lindezas, porque, tal como están las cosas, la gente prefiere el discurso de Bono a los insultos de Susana. Así que menos broncas.

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