la esquina

José Aguilar

A buenas horas...

ESTÁ extrañando mucho el brote de críticas socialistas a Zapatero, una vez amortizado el hombre y enmendada a la totalidad su obra por el electorado. Curiosamente, los que más rápidamente le abandonan y con más virulencia dan el portazo son, en muchos casos, los más cómplices, los que más le han acompañado en sus dislates, los que le jaleaban en los tiempos de vino y rosas (rojas, por supuesto).

Tomen el caso de Alfonso Guerra. Ha dicho cosas tan razonables como que fue patético que en la noche del 20-N la Ejecutiva Federal socialista no saliera a asumir la derrota estrepitosa, que las decisiones fundamentales se hayan tomado sin contar con la opinión de los militantes y que no es una buena técnica primar a mujeres y jóvenes en el acceso a la dirección del PSOE. Razonables y extemporáneas, porque Guerra convivió sin dificultades con los siete años y medio de Zapatero, e incluso presidía la Comisión Constitucional del Congreso que dio luz verde al desaguisado del Estatuto catalán.

Particularmente soy comprensivo con estas actitudes, por más que merezcan de sobra la sanción refranera del "a buenas horas, mangas verdes...". Sorprenderse de que se produzcan con tanta frecuencia es ignorar la naturaleza humana y la naturaleza de la política. Está en la naturaleza humana, en efecto, la pulsión instintiva de acudir en socorro del vencedor y huir como de la peste del vencido. La derrota es huérfana de padre y madre, mientras que los victoriosos son aclamados y llevados a hombros por un gentío que está en proporción directa a su capacidad para compartir el botín, repartir dádivas y prebendas y beneficiar a los porteadores. En todos los órdenes de la vida.

En cuanto a la naturaleza de la política, su eje vertebral no es otro que la lucha por el poder, que en la democracia se instrumenta a través de los partidos políticos. Ahora bien, un partido es un secta en la que todo es o blanco o negro. Sus militantes y dirigentes conviven con toda suerte de miserias, sordideces y mentiras que nunca denunciarán para no dar ventaja a la secta enemiga (o sea, al adversario político) y en la convicción de que el ideal perseguido es superior a todas ellas y merece la pena preservarlo en aras del interés general. Los agravios y los malestares se orillan porque nadie quiere poner en peligro un bien superior y sólo los fracasos inapelables y traumáticos, como el 20-N socialista, terminan sacándolos a la luz. Por eso dan la impresión, equivocada, de que se han generado de golpe y por sorpresa. Pero se han incubado durante mucho tiempo.

A Zapatero le viene bien lo ocurrido sólo en un aspecto: una buena derrota te permite conocer a tus amigos, y siempre resultan ser pocos. Como dijo el otro, la política es complicidad sin amistad.

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