La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Por qué se caen los conventos

Los conventos sevillanos se caen a pedazos, la diócesis carece de medios para afrontar sus costosas restauraciones, la Junta apenas interviene, las menguantes monjas pasan apuros crecientes hasta el extremo de la necesidad. Un doble patrimonio está aquí en peligro: el artístico y el espiritual. Lo peor es que el primero está en ruinas porque lo está el segundo. Y que el segundo está en ruinas por causas ambientales (está claro que los tiempos no invitan al silencio, la meditación y el apartamiento) pero también religiosas (está igualmente claro que desde el Vaticano II hay quienes imprimen a la Iglesia un rumbo más activo que contemplativo, llegando al extremo de presentarla en ocasiones como una especie de ONG). Este problema del descenso de vocaciones contemplativas por causas internas eclesiales y religiosas es el más grave de todos. El deterioro del riquísimo patrimonio histórico y artístico de los conventos es solo su consecuencia.

Hace justo un año la revista Vida Nueva titulaba: "Clausura de una época. España cierra un monasterio al mes". En él se podía leer: "Es un secreto a voces: la vida contemplativa vive un momento de gran incertidumbre, con una edad media de sus miembros superior a los 75 años y una preocupante falta de vocaciones que compromete su futuro, toda vez que el reclutamiento de vocaciones en otros continentes es un arma de doble filo. Este desmoronamiento afecta fundamentalmente a las antaño grandes potencias espirituales de Europa, como son España, Italia, Alemania y Francia… En los últimos diez años se ha pasado de 864 conventos femeninos a 779. Los masculinos, por su parte, han bajado de 38 a 35… Hay casos de comunidades de vida contemplativa que tienen que recurrir a los bancos de alimentos para poder comer".

Por mucho que, como ha pedido Adepa, las hermandades les ayuden (cosa que ya algunas hacen), por mucho que el voluntariado se mueva o se pongan en marcha iniciativas turísticas, si no hay vocaciones no habrá conventos. Es en la Iglesia -religiosos y seglares- donde está la única solución posible. No en los dineros que pueda procurar para restaurar conventos casi despoblados, sino dando a la vida contemplativa la importancia que tiene y fomentando estas vocaciones. La sociedad que está marginando los "saberes inútiles" del humanismo no debe contaminar a los católicos haciéndoles considerar "testimonio inútil" la vida contemplativa.

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