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Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

A caldo

ME pareció un hallazgo precioso la expresión utilizada por el nuncio del Vaticano en España, Manuel Monteiro, para invitar al presidente de Gobierno, Rodríguez Zapatero, a una entrevista para encauzar las relaciones y rebajar la tensión (¡ya salió la palabra, maldita sea, menos mal que la he escrito a micrófono abierto!). "Tomemos un caldito", le susurró Monteiro. Compartir un caldito, es decir, tomar una taza de sopa o consomé, es mucho más caluroso, tonificante y reposado que tomar un café, que es el subterfugio que la mayoría solemos utilizar tanto para convenir una cita -"mañana nos vemos y echamos un café"- como para posponerla indefinidamente -"a ver si un día de estos tomamos un café"-. Compartir un café implica brevedad, prisa e incluso cierta vulgaridad de sabor y de formas. De hecho, en las primeras cafeterías que se abrieron en Europa en el siglo XVIII, tal como recoge Bach en su célebre Cantata del café, el líquido tenía la reputación de "veneno marrón". Sabroso, pero veneno.

Frente a la insustancialidad del café, el caldito presupone suculencia, tranquilidad y cualidades nutritivas, unos valores que, por extensión metafórica, también entonan el espíritu del encuentro. Una reunión bajo el pretexto de un café tiene muchas posibilidades de fracasar. En cambio, la intimidad del caldo favorece una reunión holgada y pacífica. ¡Se puede discutir con una taza en la mano, pero con una cuchara cargada de sopa es casi imposible!

No sabemos cuáles serán los resultados prácticos de la entrevista que mantuvieron Monteiro y Zapatero, pero la sazonada hipérbole que encubría el mero caldo (calabacín y alcachofas a la salsa de albahaca; lomo de merluza perfumado a la vainilla; tabla de quesos y mousse de lima con gelatina de té de jazmín, más tinto, blanco y champán) nos fuerza a imaginar un diálogo amigable, sin tirantez, nada que ver con la gélida crudeza de monseñor Martínez Camino o los ardorosos insultos de los comentaristas de la radio eclesiástica.

No estaría de más, por tanto, que la colación del caldito se extendiera entre todos los que cooperan con furor mitológico en calentar la campaña electoral hasta temperaturas de incandescencia. Pues sí, señores, tomen caldito para rebajar la maldita tensión, incorporen el caldo a los debates. Aunque me temo que es una plegaria inútil. Un ejemplo: la frase de Zapatero advirtiendo de que "nos conviene que haya tensión" ha provocado una crisis de histerismo general. Dicho y hecho. No le ha dado tiempo siquiera a Zapatero a que llegara el domingo para "dramatizar".

Como diría Mafalda, si no querías caldo toma dos tazas.

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