LA sociedad sevillana y sus instituciones, distraídas con el sainete de la derechona émula de Agag y la copla de la izquierdona con tatuaje de Mercasevilla, no están atentas para hacer piña en favor de las dos universidades, Hispalense y Olavide, que pugnan para la concesión del título de Campus de Excelencia Internacional. Un apoyo fuerte para mejorar de aquí a 2015 su competitividad académica, supervisada por una comisión internacional de expertos. Esto no es un diploma honorífico, sino el acceso a millones de euros en fondos estatales y europeos, precisamente ahora que el dinero escasea salvo en los negocios sórdidos. La Hispalense ha pasado el corte (junto con otras buenas andaluzas: Córdoba y Granada) y ha quedado eliminada la Olavide pese a su rápida progresión. Esto huele a pasteleo en el que a Sevilla se la penaliza una vez más para que no sobresalga como capital ni dentro ni fuera de Andalucía. Doble losa.

Sin ánimo alguno de alentar una contienda fratricida entre la Hispalense y la Olavide, considero que el Ministerio de Educación ha sido injusto con la segunda. Ambas universidades tienen argumentos y proyectos más que fundados para ser incluidas en el pelotón principal. De las 15 elegidas, cuatro son de Madrid y cuatro de Barcelona. Ni se les ocurre que haya otra ciudad con dos nominaciones. La Olavide merece que el comité ministerial le explique por qué son más excelentes las de Santander y Oviedo, amén de por estar en otras comunidades. En el último ranking de producción científica de las universidades españolas, la Olavide era la primera en productividad y en índice de proyectos de investigación más desarrollo.

Las universidades españolas siguen muy lejos del mejor nivel europeo. Pero si hay que echarlas a pelear en el gallinero patrio, las dos de Sevilla tienen facultades y departamentos que desarrollan proyectos de verdadera excelencia. Y deberían ser bandera reivindicativa en una ciudad cuya vida es mucho más que botellona y hartibles.