Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Tu canción

Todo lo que producimos en este país está pensado única y exclusivamente para adolescentes

No era mi intención, señor juez. Fue un acontecimiento fortuito. Pero hay un bar al que entro a tomar café de vez en cuando, tienen una televisión grande como un campo de fútbol anclada invariablemente en un canal de vídeos musicales y por mucho que lleve un periódico encima al final termino prestando atención. No puedo evitarlo. Llovía fuera, señor juez, entiéndalo. Era aquello o quedarme empapado. Hasta entonces no había visto nada de la última temporada de Operación Triunfo. Es más, seguramente fui el último español en enterarse de que había en marcha una nueva edición del programa. Pero allí salieron, Amaia y Alfred, que así se llaman, ya no podré olvidarlos nunca, cantando Tu canción, su gran éxito, que además representará a España en el próximo Festival de Eurovisión. Y mientras comprobaba al fin en qué consistía el fenómeno, señor juez, contrasté la información sobre todas las audiencias millonarias, lo que pagarán los late shows de turno para llevarse a la pareja a sus platós, el pastel que ya se reparten un puñado de ejecutivos con título en Harvard. Me acordé de aquella otra canción de The Smiths, Panic, en la que Morrissey pedía que colgaran a todos los DJ "porque la música que ponen no tiene nada que ver con mi vida". Y de eso se trata, señor juez. De la vida de la gente. De la mía.

Porque mientras yo veía aquel vídeo los pensionistas se manifestaban en la calle para pedir que no los tomen por tontos. Y qué quiere que le diga, uno será así de retorcido, pero distinguí una conexión entre una cosa y la otra. Todo lo que producimos en este país, la música que escuchamos, la indumentaria que vestimos, los medios con los que nos informamos, las series de televisión a las que nos enganchamos, las películas que vamos a ver al cine, las novelas que leemos, el desayuno que el camarero me sirve en la barra, los vehículos que conducimos, las casas por las que nos hipotecamos y los museos que visitamos, todo está pensando única y exclusivamente para adolescentes. Los que ya no cumplimos los cuarenta y leemos el periódico en papel no existimos. Figúrese qué diremos de los pensionistas, entonces. Tiene sentido, por tanto, que cunda la idea de que es muy fácil engañar a un viejo. Los hombres de negocios acuden a donde está el dinero y las ansias de consumo se disipan con la edad, ya sabe. Uno acepta lo que tiene, sin más. Y esto es un acto de rebeldía que se paga caro. Qué cosas, ¿eh, señor juez?

Así que bien, pagaré el televisor contra el que estrellé aquella silla en el bar. Pero que nadie vuelva a decirme que ahorre para el futuro. O volveré a hacerlo, maldita sea.

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