POSIBLEMENTE, de lo más edificante que ha ocurrido en el deporte español en muchísimo tiempo haya sido la carta abierta de Xavi Hernández a Iker Casillas con motivo de la salida de éste del Real Madrid. Dos coetáneos que congeniaron de niños se han ido del fútbol español a la vez, pero de maneras muy distintas. Nada que ver la salida de Xavi con la de Iker por muchas componendas que se hayan maquinado para maquillar esta última.

Y a la coincidencia de haber hecho una carrera de manera brillantísima, juntos en la selección mejor de nuestra historia y no sólo separados sino como rivales eternos en sus clubes, se une el que la mecha para el dolor de Iker se encendiera entrambos. Nadie hubiese podido imaginar que una llamada telefónica con fines pacifistas hubiese podido generar este volcán sentimental que supone tener que abandonar tu casa antes de tiempo y tras un calvario incomprensible.

Me ha causado una impresión enorme esa carta del mejor manija que vi, sobre todo por su carga sentimental y por el puñado de verdades que desliza. Eso de que no puede ser que los deportistas en España no puedan hacerse mayores sin que se les falte al respeto, sin que se deje de valorar lo que han hecho por su deporte, conlleva una carga de autenticidad que sobrecoge. Nos sobrecoge y nos lleva a pensar en lo injusto de un país deseoso de ensalzarte para tirarte después.

Lo ideal es elevarte lo más alto posible para que, luego, la caída sea más dolorosa. Esto que ha pasado con el que ha llegado a ser el mejor portero de la historia no sé si con razón, pero desde luego sí fue el más decisivo, me ha parecido indecente. Y más indecente aún fue que veinticuatro horas después se intentase maquillar la despedida. Me gusta la carta de Xavi y recordando aquella salvación telefónica de la selección ¿qué pensará el pirómano Mourinho viendo a Iker en su Oporto?