Manos arriba

Juan De La Huerga

¿Por qué categorizarlo todo?

SERÁ que mi sangre castellana tiene mucho que ver con mi carácter analítico más que pasional -la procesión va por dentro-, pero no hago distingos ni categorizo con los insultos. Entiendo la novedad o lo extraordinario que rodea a la noticia de que a Daniel Alves le lancen un plátano y se forme la mundial en el planeta por la memez del mentecato que tiró la fruta en vez de comérsela, aunque por otro lado no dejo de pensar en el doble o triple rasero que tenemos para medir las cosas en un campo de fútbol o en un pabellón. Insultar, mofarse, amenazar, humillar, agredir o incordiar con malas artes está mal siempre, sea el lateral brasileño la diana o vayan los palos a la madre que parió al colegiado del Rociera-La Barrera, partido disputado ayer y pitado por cierto por un tal Rico Damota.

Recuerdo hace años que un jugador de baloncesto admitía que dentro de una cancha aceptaba cualquier tipo de sandez que le soltara un hincha y que vestido de paisano otro gallo cantaría si osaban faltarle al respeto. No estoy de acuerdo. Tampoco es de recibo que un profesional pague el pato de las iras de un becerro que ha decidido descargar su mal rollo en un estadio. La educación, esa palabra que nos duele la boca de decirla cada vez que hablamos de los recortes, brilla por su ausencia y después exigimos respeto.

Daniel Alves actuó con normalidad y el merluzo que quiso hacer la gracia suficiente escarmiento tendrá con el castigo recibido. Sin embargo, ¿qué hacemos con el ultra (o no) que con los ojos ensangrentados amenaza de muerte a un futbolista que va a lanzar un córner? Nada. Ya estamos acostumbrados a eso y lo anormal es lo otro.

Igual que llegará el día en que lo normal no sea que Jason Collins sea noticia por su condición homosexual, sino por colar una canasta. Como escribió hace poco Paul Shirley, un ex jugador más dotado para la pluma que para el tiro, "si el pívot sólo es un tótem gay, no podré criticar lo mal que juega"...

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