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POR una vez y con el deseo de que no sea más que un caso aislado, salgo de los límites que me impuse cuando comencé a escribir el artículo de los jueves bajo el epígrafe Sine die. Este de hoy nace con fecha de caducidad, pero hay veces en las que es difícil contenerse. Uno está, al menos lo intenta, en el mundo. Observa, escucha y analiza. La capacidad de asombro del españolito no tiene límites. En cualquier país de nuestro entorno la situación actual hubiera llevado ya a la violencia, pero afortunadamente no somos más que perros ladradores. Discípulos de Lázaro de Tormes, comemos de tres en tres y por eso callamos cuando nos engañan de dos en dos.

Llevamos varios meses sometidos a la tiranía dialéctica partidista con la que nos vienen obsequiando nuestros representantes y la cosa no para. Como el famoso chiste del prepucio, pucio y postpucio, aquí siempre estamos en precampaña, campaña y, ¡cielos qué horror!, postcampaña. Nuestros líderes no argumentan, no hablan de proyectos ni de futuro, sino que se limitan a ejercer un deporte tan hispánico como es la descalificación del adversario y la promesa de derribar su obra anterior. Nadie habla de los problemas reales de la educación, sino de aspectos concretos que para nada inciden en ella. Nadie da pasos en serio hacia la reforma de la ley electoral o la simplificación de la hipertrofiada maquinaria administrativa, a no ser que beneficie a su grupo directamente o se hayan perdido determinados privilegios que no se quiere que pasen a otras manos.

La farsa es la misma a uno y otro lado. Líderes que repiten sin rubor las mismas frases con las mismas descalificaciones e idénticos tópicos. Expresiones vacías de contenido dirigidas a no se sabe quién, en tanto varios segundones colocados detrás del busto parlante mueven la cabeza en sentido afirmativo como si fuesen coristas de una tragedia griega. Nadie habla de lo mal que está la educación, sino de la asignatura de Religión, como si ésta fuera el único mal que le asiste. No basta con la deficiente enseñanza de un idioma extranjero, sino que se ha instalado un segundo obligatorio. Si alguien, pone un dedito en una pequeña parte de la llaga, los señalados se lo quieren comer vivo. Menos mal que pronto empieza de nuevo la liga y con ella todo lo demás pasa a un segundo plano. Visto lo visto, aunque sea igualmente injusta, resulta mucho más entretenida.

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