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la sevilla delguiri

La ciudad salvadora

Diálogos de pareja. El buen toreo no es otro que una hábil seducción, provocar con un par de capotazos

ESTAMOS en Écija, donde hemos ido a ver una corrida de toros que nunca tuvo lugar, pues el torero, una joven promesa ecijana que iba a actuar como único espada, y el apoderado discutieron por motivos de dinero y la corrida fue cancelada. Esto nos dijeron en la peña del torero, donde acudimos después de ver la plaza cerrada y sin ambiente 30 minutos antes del supuesto comienzo. Nos devolvieron el dinero, pidiendo disculpas, pero yo había contado con la corrida para inspirar un artículo. Y ahora nada. Quizás por eso estoy de humor para lidiar con el único toro en la vecindad: mi mujer.

Desde la terraza de una cafetería en la Avenida de Andalucía, donde estamos tomando café y torrijas, veo pasar una especie de pareja con niños pequeños no desconocida en EEUU, pero más común en estas partes, y yo, el guiri con sueños de que le abran la puerta grande, no puedo resistir provocar a mi rival con un par de capotazos:

-Mira el gallito metrosexual, todo ufano, y la mujer rechoncha cinco pasos por detrás, cargada de niños.

El toro, recreándose al máximo en su torrija, parece manso:

-Quizás tiene un trabajo relacionado con los deportes -me dice-. O tiene una tienda de ropa de marca Spagnolo. O es un bombero o algo parecido.

-¡Eso quisiera él! Es un don Juan de pacotilla que descarga su frustración y al mismo tiempo siembra sus falsas ilusiones, con horas y horas en el gimnasio.

-¿Tú qué sabes? Quizás demasiado.

-¡Oye! No soy yo la que va tres días a la semana a nadar.

El toro, sacado de su querencia, empieza a embestir:

-Hago natación, cariño mío, para no convertirme en una rechoncha cargada de niños que va detrás del pavo. Un día te pregunté, mirando en el espejo: "¿Ves mi culo más grande que antes?" ¿Recuerdas cómo me contestaste?

-No.

-Permaneciste callado.

-¡Claro! Aquel señoritingo con sus gafas de sol y sus patillas, pese a ser exageradamente musculoso, no tiene las agallas para decir a su mujer que sus antaño sensuales redondeces se han convertido en una rotunda redondez. Deberías dar gracias por lo que tienes.

Mi andaluza otra vez busca la querencia:

-Seguramente la muchacha no tiene tiempo para nada.

-Le da tiempo para comer.

-¡Cuidado! -El pitón me roza-. ¡Que la mujer coma lo que quiera! -Se zampa su torrija con chupa-los-dedos gusto-. No dormimos, no hacemos el amor, no salimos ni entramos y ¿encima no comemos? Que nos peguen un tiro para acabar con la agonía.

-¡Qué fina eres!

-Fina no soy. Soy andaluza. Soy como la vida.

-Tranquila. Me gustan tus michelines. Me siento más acompañado en la cama.

-¡Y una porra!

-Ésa también se siente más acompañada.

¡To-re-ro! ¡To-re-ro! El pasodoble empieza a sonar.

Ahora, a rematar con lentitud, temple y, sobre todo, gracia:

-El apetito sexual de la mujer -explico-, se impulsa por una gama de factores más amplia que la que impulsa el apetito del hombre.

-¡Ya te gustaría a ti!

-Y distinta...

-Hijo mío, si pensar esto te consuela...

-Una mujer puede cumplir con su deber conyugal, pues, un día por animar a su pareja, otro por agradecerle, y otro por piedad, y, milagro de milagros, cumplirlo cada vez con gusto.

-Con los ojos cerrados, fantaseando.

-Lo que quiero decir, darling, es que si aquel chulo y los demás de su estirpe quieren hallar satisfacción en su vida sexual, tienen que buscarla dentro, no fuera de su matrimonio, que está hecho de tolerancia, aceptación y perdón.

-¿Por qué no te dedicas a ser telepredicador?

-¿No me has hablado de este tipo de sevillano que alterna por la noche en bares de copas y discotecas, intentando ligar con cualquiera, y al día siguiente aparece dando un paseo de la mano de su novia de la infancia? Sevilla no es como Nueva York, donde hay mil sitios para esconder una cita amorosa, sino una servilletita que no esconde ni el flirteo. Menos mal. Corta este mal camino antes de que los débiles podamos perdernos en ello. Sólo los caraduras quedarán fuera del alcance de la ciudad salvadora. Al resto nos señala en donde radica nuestra felicidad: en nuestras preciosas, deliciosas, jugosas esposas.

Después de tal faena tan brillantemente ejercida, el toro no tendrá más remedio que rendirse, embelesado, ante el maestro. El buen toreo no es otro que una hábil seducción.

-¿Sabes en dónde radica mi felicidad? -cabeza bajada, mira amenazadoramente, amorosamente, a su domador-. En un precioso, delicioso, jugoso pestiño.

Se levanta para pedir uno, dejando al lidiador clavado por su propia espada. ¡Olé!

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