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La ciudad y los días

Carlos Colón

La ciudad sin ternura

PRIMER año triunfal del nuevo mandato municipal. Lo peor que han hecho, están haciendo y harán con Sevilla es robarle su ternura. Sevilla era una ciudad tierna en la primera acepción de la palabra, "que se deforma fácilmente por la presión y es fácil de romper o partir", como se ha demostrado en este medio siglo justo -desde los pisos yé-yé de la calle Imagen a las setas de la Encarnación o la destrucción de la Alameda- durante el que franquistas y demócratas se han afanado con idéntico entusiasmo, aprovechando esta fragilidad, en destruirla y degradarla a caricatura de la modernidad (en lo nuevo) o de sí misma (en las intervenciones en su corazón histórico) siempre bajo la coartada de su modernización. Sevilla era una ciudad tierna en la tercera acepción de la palabra -"se dice de la edad de la niñez, para explicar su delicadeza y docilidad"-, pues, aunque antigua en el tiempo, es pueril en inteligencia cívica y se deja manipular con una docilidad que hace la felicidad de sus gobernantes. Sevilla era una ciudad tierna en la cuarta acepción de la palabra -"propenso al llanto"-, porque tanto su belleza como su destrucción invitaban a llantos de emoción o de duelo.

Pero Sevilla era una ciudad tierna, sobre todo, en la quinta acepción de la palabra -"afectuoso, cariñoso, amable"-, porque tenía una capacidad para sustentar vidas y darles sentido por el mero gozo de vivir en ella, una fisonomía amable, unos espacios afectuosamente acogedores y una cariñosa forma de mantener vivas las costumbres y la memoria. Esa ternura hacía que se la disfrutara tanto y se la echara tanto de menos cuando se estaba lejos de ella.

Hace medio siglo se decidió que para liberar a Sevilla de sus males -que eran muchos en aquellos tiempos de necesidad- y mejorar la vida de tantos sevillanos que malvivían en casuchas o corrales era necesario, también, derribarla, destriparla, afearla, adocenarla, desfigurarla, hasta arrancarle lo que le confería su ternura y hacerla áspera, fea, antipática y poco acogedora. Cosas de la dictadura, pensábamos. No. Llegada la democracia, tras un breve respiro, se prosiguió en esa tarea destructora que hoy conoce sus días peores. "La naturaleza os dio una cara y vosotras os hacéis otra distinta", dijo Hamlet a Ofelia. La historia te dio una cara y quienes te gobiernan te han hecho otra distinta, le podríamos decir a esta Sevilla que, como una vieja operada y repintada, ha perdido el encanto de los siglos sin ganar la lozanía (léase habitabilidad, comodidad, funcionalidad, equilibrio entre lo antiguo bien conservado y lo nuevo bien hecho) de la modernidad.

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