El balcón

Ignacio / Martínez

Un club de intereses

UN experimentado diplomático español me explicó hace años que la Unión Europea era "un club de intereses, no una Congregación de Hermanitas de la Caridad". Ese club debería atender la solidaridad que reclama Tsipras y cumplir el rigor presupuestario que propugna Schäuble. Pero ni lo uno, ni lo otro. Al principio no fue así. Los sureños querían compartir moneda con los desarrollados del norte y los ricos necesitaban que la nueva divisa tuviese masa crítica. Así que el Tratado de Maastricht (1991) previó un fondo de convergencia para que los estados con economías más débiles pusiesen hacer ajustes sin eliminar inversiones públicas.

El Fondo de Cohesión tuvo cuatro beneficiarios iniciales: Portugal, Irlanda, Grecia y España. Los anglosajones los bautizaron sarcásticamente como los PIGS (cerdos en inglés) y cuando llegó la crisis los cuatro pasaron apuros. Pero miles de millones en la primera década de vigencia del fondo les ayudaron a contener el déficit, la inflación, los tipos de interés, el cambio de su divisa original y la deuda. Así entraron en el euro.

Los países menos desarrollados de la UE reciben además ayudas para formación, infraestructuras o modernización agraria y pesquera. No es solidaridad. Ni caridad. Es la retribución de los ricos e industriales por un desarme arancelario que les beneficia. Es norma del club: compensar a los más atrasados. Pero cuando vinieron mal dadas, los bancos alemanes atrapados con créditos de dudoso cobro en el sur de Europa convirtieron la deuda en pública y cobraron. Y en el sur hubo paro, bajadas salariales y pobreza; no se aplicaron nuevas medidas de estímulo a la economía, no se mutualizó la deuda, ni se garantizaron derechos sociales. Los sureños se sintieron traicionados.

En paralelo, los norteños germánicos no se fían de los mediterráneos. Nos ven manirrotos. Si le pasamos el algodón griego a la realidad andaluza, veremos que el fraude de los ERE y los cursos de formación fue posible porque sobraba dinero. Por el mismo motivo se construyeron plataformas y estaciones de AVE que no se utilizarán; se edificaron teatros municipales en toda Andalucía que celebran escasas funciones, la administración regional infló las plantillas de agencias, empresas públicas y fundaciones de dudosa utilidad... Y así sucesivamente.

El disparate no ha sido sólo público. Grandes empresas financieras, de telefonía o electricidad con beneficios prejubilaron trabajadores hasta quince años antes de la edad correspondiente, cargando parte al erario público. También las universidades andaluzas, siempre deficitarias, han hecho generosas prejubilaciones, que paga el contribuyente. El paralelismo con Grecia tiene muchos puntos de fuga: la Iglesia católica se ha incautado de edificios públicos por los que no paga impuesto alguno. La iglesia ortodoxa helena tampoco paga impuestos. Hay socios del club que estas cosas las ven como un disparate.

Y así ahora, el club marcha sin norma y sin confianza. Mal.

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