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LA idea de un gobierno de coalición PP-PSOE para sacar a España definitivamente de la crisis, puesta sobre la mesa por el ex presidente del Gobierno Felipe González, ha sido rechazada con contundencia por la actual dirección socialista. El propio secretario general del partido, Alfredo Pérez Rubalcaba, se ha apresurado a afirmar que mientras siga siéndolo no se producirá esta gran coalición de los partidos mayoritarios, que no tiene tradición en la España democrática, aunque es habitual en Alemania y, en la última etapa, en Italia. Es lógico este rechazo ya que la iniciativa, que González repite de vez en cuando, rompe el eje argumental de la campaña socialista al Parlamento Europeo, basado en su presentación como alternativa diferenciada y opuesta al Gobierno del PP. No obstante, la gran coalición estará presente en la política española como un proyecto de futuro, a debatir cuando se acerquen las próximas elecciones generales. El ex presidente González está impulsado por algunas preocupaciones que le embargan. Por un lado, la posibilidad nada desdeñable de que el Partido Popular gane nuevamente las elecciones a un PSOE que vive en el desconcierto y cuyo liderazgo está agrietado, pero sin disponer de la mayoría absoluta que ahora le permite gobernar sin ataduras. Por otro, la deriva secesionista de Cataluña, que impedirá a buen seguro la reedición de anteriores experiencias, en las que el mismo González o José María Aznar pudieron gobernar en minoría con pactos con los nacionalismos catalán y vasco, que en ese futuro inmediato no se conformarían con prestaciones y ventajas parciales, sino que intentarían renegociar la unidad de España, algo que ningún partido constitucionalista estatal puede siquiera plantearse. Finalmente, la alternativa de una coalición de izquierdas PSOE-IU, extendiendo a toda la nación el experimento de Andalucía, no convence a González, que considera a la coalición poscomunista un factor de inestabilidad y la introducción de concepciones antisistema en la dirección del país. Aún queda margen para todo tipo de estrategias y cambios en la correlación de fuerzas, pero la gran coalición volverá al primer plano como una opción a tener en cuenta si el escenario político mantiene sus actuales expectativas. La idea de que las dos formaciones políticas mayoritarias decidan pactar las grandes cuestiones de Estado y la salida a la crisis y, en consecuencia, acepten colaborar en un gobierno de emergencia nacional no puede descartarse. Los escépticos sobre tal fórmula sólo deben preguntarse cuál sería la alternativa si las urnas arrojan un resultado que no deja a ningún partido gobernar sin precariedad.

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