Gafas de cerca

josé Ignacio / Rufino

Un cofre lleno de nada

EL domigo se cumplieron dos años desde que Felipe accedió al trono jurando la Constitución. Nueve meses antes de la abdicación de su padre, Juan Carlos I, nos atrevimos en estas páginas a alentar deportivamente a quien es hoy Rey: "Felipe, calienta", rezaba el titular: sal tú. Era jugar a Nostradamus político… pero muy sobre seguro: el relevo estaba cantado, y cuanto antes se produjera mejor. Juan Carlos daba claros síntomas de tener la naturaleza, el entorno y la suerte dándole la espalda: continuas caídas y operaciones, el asunto de los elefantes y Corinna zu Sayn-Wittgenstein -"un anciano que lucha por su salud", lo definió finalmente ella, olvidando sus memorias de África-, los turbios negocios de su yerno con la infanta de colaboradora societaria, advertida ella o no; el runrún de ciertas amistades peligrosas, como Mario Conde. Felipe debía saltar a la cancha. O lo que es lo mismo, su padre debía abandonarla. El inexorable curso de los ciclos había reducido a decadencia un reinado de relumbrón y progreso sin parangón en este país cuyas generaciones menos provectas identificaban monarquía no ya con prosperidad o modernidad, sino con libertad.

En un continente en el que las monarquías ostentan la jefatura de Estados de una tradición democrática envidiable -Reino Unido, Suecia, Dinamarca, Bélgica, Holanda-, Felipe poseía un perfil, un carácter y una formación mucho más adecuados al cargo y la situación que su padre. Decíamos entonces, y lo mantenemos, lo siguiente: [el futuro Rey Felipe es] "un profesional que proyecta ejemplaridad, mesura, buen talante, esfuerzo y bonhomía, que no sólo es más marketiniano que cualquier invisible y fugaz presidente de algunas grandes repúblicas -¿conocen al alemán?, ¿al italiano?-, sino que sale seguramente más barato", y además podía cortar de un tajo con las rémoras de chupópteros y las sombras de las relaciones que aquejaban a la Corona. Tras dos años, Felipe VI ha tenido que lidiar con los coletazos de la crisis y las desafecciones nacionalistas habituales (y la mala educación de hinchas que van al campo de manifestación).

Felipe VI está en el momento más delicado de su difícil reinado. Su poder representativo y comercial ha mutado a político, aunque esencialmente maniatado (como debe ser, por otra parte). Robando los versos a Hilario Camacho: si el anterior Rey "tenía un gran rebaño de elefantes" al que apuntar y "una noche sin mañana", Felipe tiene un "tesoro de ilusiones". Eso sí, no tiene Gobierno. "Un cofre lleno de nada".

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