SEVILLA es una cuando se sueña y otra cuando se escruta. En el mundo de los rankings, el escalafón no engaña. Pocos ámbitos hay en la vida moderna que no estén sujetos a estadísticas y tablas comparativas. En ese territorio quiero ver tanto al nuevo gobierno local como a la nueva oposición. Propongan objetivos, exijan resultados, analicen y debatan en aras a definir en qué puesto estamos y cómo queremos escalar año tras año. En esperanza de vida, en renta per cápita, en nivel educativo, en número de empresas, etcétera. Digan a qué aspiramos. Como harían Caparrós y Mel si dirigieran a los concejales sevillanos en la Liga de las grandes ciudades.

En la captación de grandes eventos, Sevilla ha bajado a Segunda B. Palabra de la Asociación Internacional de Congresos y Convenciones (ICCA). Ahórrense las excusas tópicas. Marquen objetivos y salgan a competir. Creo que Sevilla, como ciudad tan elogiada por quien se siente agasajado, con ese factor a nuestro favor del que muchas ciudades carecen, tiene que estar año tras año entre el puesto 50 y el 80 del ranking mundial de convenciones con más de mil asistentes. Su potencial debería garantizar ese suelo. En esa franja están ciudades como Florencia, Göteborg, Oporto, Varsovia, Gante, Dresde, Milán, Lyon, Niza, Basilea, entre otras europeas.

Metidos en harina de estadísticas, calculen en la Facultad de Económicas, en el Instituto San Telmo, en la EOI, en EUSA o en la Loyola Business las pérdidas en euros y en puestos de trabajo que le está suponiendo a Sevilla haber tenido en punto muerto durante muchos años la oficina de captación de eventos (Sevilla Convention Bureau, en el argot), que sólo ha empezado a relanzarse hace nueve meses; y la de años que no hemos contado con el Palacio de Congresos, prometido junto a Fibes mucho antes de que se eligiera el proyecto concebido por Vázquez Consuegra. Por eso no da igual ocho que ochenta a la hora de gobernar el bien común.

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