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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Confieso que lloré. Lo que no me había ocurrido con otros realities. Con el final de El coro de la cárcel lloré. Y no es mala cosa. Siento, luego existo. Con todas las emociones a flor de piel. La verdad es que lo de este programa era distinto. Con un condicionante incuestionable. Al final, cuando el experimento terminaba, después de la última actuación, Xavi Torras, el director del coro, salía del recinto penitenciario de Mansilla. Renovado. Pero los miembros de su grupo musical no tenían más remedio que quedarse. Que agotar sus penas.

Las caras, las expresiones en el momento de la terapia final eran un poema. Lo de menos eran los textos de despedida que pudieron escribir a su mentor. Lo de más, como siempre, y las imágenes son tan poderosas que sobran las palabras, era escudriñar en sus gestos y en sus expresiones. Sabiendo de su pasado. Sabiendo de sus circunstancias personales.

El resto lo hizo la realización. Que fue sabia y rabiosa. Que supo contextualizar muy bien el producto a finales del año 2008. Porque cada mes trae sus flores. Y cada época, sus lenguajes. Y las formas en que han estado editadas, filmadas y resueltas estas entregas de la segunda temporada de El coro de la cárcel bien podrían ser las de algunos de esos documentales premiados en festivales internacionales. Aunque unos tengan la fama y sean otros los que sigan cardando la lana.

Documentos TV, tan prestigioso él, en La 2, se enfangó de nuevo en la prostitución masculina para mujeres, aburriendo hasta a las ovejas. Sin embargo, El coro de la cárcel, con ese pedigrí de reality, nos ofreció televisión de la buena. Comprometida y bien hecha.

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