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La crónica económica

Manuel / Hidalgo

Los costes del euro

DESDE que el 1 de enero de 2002 el euro se convirtiera en parte cotidiana de nuestra vida, casi todo han sido parabienes respecto a nuestra nueva moneda. Exceptuando confusiones lógicas sobre el verdadero papel que esta moneda ha tenido en los procesos inflacionarios recientes, pocas han sido las críticas levantadas hacia la nueva moneda. Es más, al euro podemos agradecer gran parte de nuestro reciente proceso de crecimiento. Con unos tipos de interés comunes a Europa, dada una política monetaria común, pero con una inflación asimétrica, es decir superior en nuestro país, hemos disfrutado de tipos de interés reales negativos durante gran parte de estos años. Los tipos negativos han enardecido más aún el crecimiento español, comparado por ejemplo con el experimentado por otros países de la Unión, con inflaciones más moderadas.

Pero aquello que se nos da se nos puede quitar. Lo mismo que la moneda única ha podido favorecer nuestro crecimiento en años anteriores, puede perjudicarlo en los venideros. Para ello una simple revisión a la teoría mundelliana de las zonas monetarias óptimas para entenderlo.

Entre otras muchas ideas y muy resumidamente, según el profesor canadiense Robert Mundell, premio Nobel de Economía en 1999, si varios países se integran monetariamente sin que exista una estrecha integración real y nominal de sus economías, shocks económicos negativos se amplificarían en las economías menos estables. Esto quiere decir que aquel país que tenga, por ejemplo, más inflación o más desempleo, sufrirá más la crisis. Sin moneda única, los desequilibrios reales o nominales de un país se traducirían generalmente en una depreciación de su moneda, reduciendo el efecto negativo que tendría este shock sobre la producción o el empleo. Por ejemplo, si España sufre una inflación superior a la media europea, se encarecerán relativamente los productos españoles, reduciendo las exportaciones y aumentando las importaciones. Esto depreciaría nuestra moneda, por lo que nuestros bienes se volverían más competitivos, solucionándose así el problema. Con moneda única esto no es posible, por lo que el encarecimiento se traducirá en pérdida de competitividad y por lo tanto en destrucción de empleo.

En malos tiempos, los efectos de los shocks económicos reales, como la explosión de la burbuja inmobiliaria, no pueden parcialmente compensarse con la deprecación de la moneda. Por ello, una situación económica como la esperada en el futuro puede verse perjudicada por el hecho de que tenemos una moneda única, unido a que nuestra economía dista aún de estar completamente integrada a las grandes europeas.

No hay tiempo para corregir este problema. Lo hecho, hecho está y la tormenta nos pillará mejor o peor. Aunque se ha hecho un enorme esfuerzo, es urgente que entre los planes a largo plazo se busque avanzar hacia una integración económica máxima. Dicho de otra manera, ahondar en la convergencia real y nominal con Europa. Si no se consigue, el euro puede suponer costes elevados ante crisis propias o comunes.

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