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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

ESE insobornable acontecimiento en Londres que colonizó ayer los televisores de medio mundo fue un cuento de hadas para esa gente que disfruta con la pantalla colmada de reyes, príncipes, aristócratas o famosos al compás de la solemnidad, pompa, lujo, boato y carrozas propios de una boda real, que nada mejor que un cuento para hacer historia. O para retocarla.

Un cuento de nunca acabar es el contencioso que se empeña en librar Marruecos sobre la soberanía de Ceuta y Melilla, ese perejil de todas las salsas diplomáticas entre Madrid y Rabat, aunque esta vez los reivindicativos tonantes han bajado el diapasón bandera blanca en ristre, que del poderoso caballero don dinero trataba el desembarco de medio Gobierno de nuestros vecinos de abajo y no hay que incomodar a su señoría.

Bien enraizado está también otro cuento de nunca acabar: el de la normalización de la vida política (y demás) en el País Vasco con la vuelta de la ilegalizada Batasuna a las instituciones a vueltas. Da la sensación de que hasta que ETA no culmine su proceso de autodemolición, naranjas de la China para Sortu, Bildu o cualquier cosa que se haya rozado con Batasuna, por mucho que sus candidatos hayan abjurado por escrito de la violencia. Aunque no deja de ser cierto, amigo Urizar, que los llamados independientes han abordado sin complejos las listas de Bildu, de modo que los anfitriones (EA y Alternatiba) parecen ahora acompañantes, ¿comparsas?, del puto amo.

Otra historia de fábula, entre el cuento y el ensayo, se la ha marcado el PP con sus guiños a los inmigrantes -presume de contar con el único alcalde de origen africano de España- sólo seis meses después de proponer durante la campaña electoral en Cataluña que los foráneos en paro se marchen o asimilar con mafiosos a los inmigrantes irregulares en un videojuego en el que la heroína era Alicia (Sánchez-Camacho) Croft disparando a todo lo que movía para sacar a Cataluña de la crisis.

El que ya no sale del agujero es Zapatero, aunque conserva un bien necesario más que preciado en los malos momentos: el sentido del humor, que tiene guasa -quizá sea un sarcasmo en toda regla- que el presidente del Gobierno haya regalado por el Día del Libro a cada uno de sus ministros Todos mis cuentos, de Ana María Matute, como si no los conocieran.

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