La tribuna económica

Gumersindo / Ruiz

La cultura del exceso

NO me ha sorprendido la forma en que se ha enfocado, estos días, la discusión sobre la capitalización de las entidades financieras, ni las reacciones, casi todas favorables, destacando la de las bolsas, al acuerdo de gobernadores y supervisores en Basilea. Que los bancos tengan capital y más liquidez parece algo razonable y bueno, pero esa lógica es una muestra de la poca profundidad con que abordamos hoy los problemas. Siempre hace falta más de casi todo: más crecimiento, más energía, más materias primas, más demanda de consumo. Parece como si no existieran otras alternativas a esta forma de ver la vida como un desarrollo sin límites; necesitamos más memoria para almacenar y operar con juegos, comunicaciones y distracciones banales, para disponer de masas de datos e información que en ocasiones se vuelve inútil, mayor movilidad, viajar incesantemente, y así sucesivamente. Un exceso trata de cubrirse con otro.

Igual ocurre con el sistema financiero. Antes de la crisis las entidades parecían razonablemente capitalizadas; de hecho, los primeros bancos que cayeron cumplían las exigencias que sus reguladores y supervisores les habían impuesto. El famoso Lehman Brothers murió hace dos años con una altísima nota puesta por parte de las agencias de calificación, que no tuvieron tiempo de quitársela. El problema estaba en otra parte, que se ignoró: el endeudamiento, la insensatez con que se concedían créditos, se emitía y se compraba deuda; un exceso que ahora se quiere cubrir con más liquidez y capital.

En los últimos años se ha puesto de manifiesto que si los activos en poder de las entidades financieras no son buenos, y además se deterioran por una crisis, no hay capital suficiente en el mundo para compensar el balance por el pasivo; han tenido que intervenir los gobiernos y los propios bancos centrales para conseguir el reequilibrio. Los tres principios de Basilea: que el capital esté compuesto principalmente por acciones, que haya una reserva adicional de capital, y la posibilidad de imponer otra reserva cuando se vea que el crédito crece excesivamente, unidos a determinados requisitos de liquidez, son en sí razonables y difícilmente pueden discutirse. Además, se va a dar un largo calendario de hasta ocho años de adaptación. Sin embargo, no podemos ignorar que los orígenes de la crisis no vienen de una insuficiencia de capital y liquidez, sino de la forma desordenada de financiar la economía y de financiarse las propios bancos.

Cuando pasen los años quizás veamos, con esa perspectiva, que los esfuerzos de capitalización de Basilea no son respuestas a la crisis, pues se considera el sistema financiero como algo independiente que puede fortalecerse al margen de una economía real que sufre por falta de crédito. Así, es difícil que el sistema financiero esté perfectamente capitalizado y con abundante liquidez en un entorno donde los sectores público y privado, sobre todo las pequeñas y medianas empresas, se descapitalizan y ven restringida su liquidez. La discusión hoy debería ser cómo dar respuesta a la economía real, cómo conseguir que también tenga un componente de capital suficiente, más que cómo evitar posibles despropósitos financieros en el futuro.

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