CADA vez peor, cada día que pasa aumenta la depresión, el horizonte se ennegrece y sólo cabe rezar para que lo peor nos coja confesados. Si ayer entonábamos una canción triste de desesperanza, hoy no tenemos más remedio que cantar una de estupefacción en el no hay marcha atrás para un tiempo nuevo y amenazador. Un tiempo nuevo que en jamás de los jamases se parecerá ni por asomo al que dejamos atrás y que se bautizó con el engolado calificativo de estado del bienestar. Se echa la vista atrás y no sabe uno cuándo empezó a gestarse esta nueva época, esta nueva edad contemporánea en la que cualquier parecido con el próximo pasado será mera coincidencia. Quizá arrancó este engendro con la caída del muro de Berlín, posiblemente en el ataque islamista del 11-S o con el desplome de Lehman Brothers. Qué más da cuándo empezó si lo que importa es adivinar cómo puñetas va a terminar esta tragedia.
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