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La tribuna

Jerónimo Molina Herrera

Un debate desenfocado

ESTA semana ha vuelto a celebrarse un Debate sobre el estado de la Nación. La crudeza de la realidad económica, tanto internacional como nacional, habría exigido un debate prudente y enfocado a buscar soluciones para los múltiples problemas a los que nos enfrentamos. Sin embargo, como tantas otras veces, el discurso no fue más allá de una mera confrontación retórica sin mayores repercusiones.

El problema de los políticos es que su visión a largo plazo sólo llega hasta la próxima cita electoral y, con esa perspectiva, únicamente se puede actuar sobre los síntomas de los problemas, pero no sobre sus causas.

Plantear como solución al grave deterioro del sistema educativo español regalarle un ordenador a cada alumno; pretender reanimar el consumo pidiéndole a los fabricantes de automóviles que rebajen en 1.000 euros los precios; u ofrecer ventajas fiscales a las pymes que no despidan trabajadores, no son más que fuegos de artificio. En ningún caso propuestas como las anteriores van a mejorar la realidad de la enseñaza, ni van a contribuir a incrementar el consumo ni, por supuesto, van a ayudar a frenar el deterioro del mercado laboral.

Profundizar en las causas últimas de los problemas actuales nos llevaría a revisar muchos de los principios que se establecieron para salir de la dictadura franquista, que sin duda sirvieron en su momento, pero que hoy día necesitan una revisión. La mayoría de ellos se conformaron para compensar los excesos del periodo anterior. Así, frente al autoritarismo en la escuela pública, se antepuso la protección al alumno y a la familia con respecto a la autoridad del profesor; se dejó de promover el esfuerzo y la disciplina en el trabajo, para aliviar la pesada carga de las responsabilidades; se sustituyó el rigor en la interpretación de las leyes por la negociación y los acuerdos; frente al centralismo se estableció el Estado de las Autonomías; se sobreprotegió a las minorías, etcétera.

Aquel movimiento pendular, que fue, repito, necesario en su momento, estableció la mayoría de los principios que eran válidos para instaurar la democracia. Dichos principios, que permanecen vigentes, son hoy una gran rémora para consolidar una democracia avanzada. Necesitamos, por tanto, que el péndulo se estabilice.

Consecuencia de todo lo anterior, se ha instalado en nuestra sociedad una especie de puritanismo que nos impide incluso plantear cuestiones que son evidentes. La generalización de lo que se suele considerar como políticamente correcto está bloqueando tanto nuestra propia evolución como nuestra capacidad de adaptación al mundo globalizado en el que, sin más remedio, estamos inmersos.

Hay multitud de ejemplos para ilustrar lo dicho hasta ahora. Uno de ellos, y quizá de los que más nos ha condicionado, ha sido la vinculación de las ayudas a la modernización de las empresas con el aumento del empleo.

Como se sabe, el principal problema de la economía española es la falta de productividad. Esto explica, por una parte, que nuestra economía sea poco competitiva y, por otra, que los crecimientos o las recesiones recaigan directamente sobre el empleo.

Condicionar las ayudas para la modernización de las empresas a la creación de empleo es una contradicción en sí misma: si se invierte en I+D es necesariamente para mejorar la productividad, y eso quiere decir que cada trabajador producirá más o, lo que es lo mismo, que para producir una unidad de producto se necesitará menos carga de trabajo. Existe una diferencia análoga entre segar con una hoz y con un tractor. Condicionar la ayuda para la compra de un tractor al mantenimiento del trabajo de los jornaleros no tiene sentido.

Hay muchas más contradicciones en nuestros comportamientos. Que se pase de curso sin aprobar nos arrastrará, lógicamente, a los índices más bajos en calidad de la enseñanza, como se viene demostrando año tras año. Que en urbanismo, en vez de acatar y cumplir las normas, se negocie cada licencia, nos arrastra a los desórdenes que todos conocemos. Que frente al mercado globalizado existan 17 leyes de comercio interior; o que, frente a las recomendaciones de concentración de empresas y de ayudas para la unión de grupos de economía social, existan 13 leyes de cooperativas diferentes en España, son otros más del interminable catálogo de ejemplos que podríamos traer a colación.

En definitiva, con el debate de esta semana se ha vuelto a perder una nueva oportunidad para aunar los esfuerzos necesarios para salir de la grave crisis que atravesamos. Hay que recordar que han sido precisamente los consensos los que han permitido superar las situaciones más difíciles por las que ha atravesado la democracia: la salida de la transición, la adhesión a la Unión Europea y la incorporación a la moneda única.

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