Tribuna Económica

Joaquín Aurioles

El debate sobre el empleo

LOS datos de la Encuesta de Población Activa (EPA, INE) del primer trimestre fueron buenos, pero no tanto como los del anterior. El número de ocupados se redujo en 114.300 y, aunque el de parados descendió ligeramente (13.100 personas), la tasa de paro aumentó moderadamente (0,24%). Son la imagen negativa de unos datos que en casi todo lo demás invitan al optimismo y que, según anticipaba la ministra Báñez, nos conducirán directamente al éxtasis, cuando la próxima semana se publiquen los datos del segundo trimestre del año.

Lo cierto es que estas "pequeñas contrariedades" del primer trimestre desaparecen cuando se consideran los datos anuales. Los ocupados aumentaron en más de 500.000 personas (casi un 3%) con respecto a un año antes y los parados disminuyeron en 488.000, reduciéndose la tasa de paro en 2,15 puntos, hasta el 23,8%. Incluso el aumento en el empleo asalariado indefinido (289.700) ha sido significativamente mayor que el temporal (174.800), mientras que el empleo autónomo, que en el pasado trimestre se redujo en 23.000, experimentó una variación positiva de 40.700 en el conjunto del año.

La valoración del problema obliga, por tanto, a considerar simultáneamente datos incuestionablemente positivos sobre la evolución reciente y las expectativas a corto plazo del problema, y otros que invitan al pesimismo debido, básicamente, a la magnitud del desequilibrio y a algunos de sus detalles. Las claves para calibrar la situación se pueden encontrar en el Outlook periódico que la OCDE elabora sobre el empleo. Según este organismo, España es el segundo país, después de Polonia, con mayor porcentaje de trabajo temporal, pero sin olvidar que era el primero en 2007 y donde su reducción ha sido mayor, lo que significa que el proceso de destrucción de empleo se ha cebado especialmente con el colectivo de los trabajadores eventuales.

También nos indica que España es el país con mayor tasa de empleo juvenil y que, después de Grecia, es donde más han caído los salarios y donde más han aumentado el miedo a perder el empleo y el paro de larga duración. Un escenario en el que difícilmente parece haber sitio para el optimismo, a pesar de lo cual sus previsiones también nos señalan como el país donde se creará más empleo, tanto en este año como en el que viene.

El agrio y siempre interesado debate político en torno a estas cuestiones tiene, sin embargo, un elemento de confluencia. El deterioro de las condiciones de trabajo es, por una parte, la consecuencia lógica, del aumento del desempleo desde 2008, mientras que, por otra, contribuye a explicar la recuperación desde comienzos de 2013.

Esto significa que mientras que el desempleo siga elevado, se mantendrán las deficientes condiciones de trabajo y las dificultades para la inserción laboral de los segmentos más desfavorecidos, aunque también cabe esperar que la situación tienda a mejorar con la disminución del desempleo. Lo razonable es un moderado optimismo a medio plazo, sin perder de vista la lucha a corto contra los abusos en las condiciones de contratación y la protección social efectiva a los que la crisis expulsó hace tiempo del mercado laboral.

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