En defensa de Huck Finn

En una sociedad un poco más valiente, ningún responsable educativo le hubiera hecho caso a un padre idiota

Leo que las escuelas públicas de Virginia han prohibido la lectura de Huckleberry Finn y Matar un ruiseñor por contener expresiones racistas. Y lo peor de todo es que la prohibición se ha producido a causa de la denuncia del padre de un alumno. Según este padre, su hijo se quejó de que la palabra nigger -algo así como el despectivo negrata- aparecía en Las aventuras de Huckleberry Finn. Ni corto ni perezoso, el padre se puso a leer y descubrió que la palabra ofensiva se pronunciaba 219 veces. Y en cuanto a Matar un ruiseñor, la palabra salía 48 veces. En su denuncia, el padre argumentó que esos libros eran "gran literatura, pero el vocabulario ofensivo que se usa hace imposible leerla". En una sociedad un poco más valiente que la nuestra, ningún responsable educativo le hubiera hecho caso a ese padre idiota. Pero no vivimos en una sociedad valiente, sino cobarde e histérica. Y las autoridades educativas de Virginia han prohibido la lectura de esas dos novelas.

Todo esto es asombroso. Mark Twain publicó Huckleberry Finn en 1884, y contaba en su novela una historia que ocurrió unos cincuenta años antes, en la época de la esclavitud. De todas las historias de amistad que se han escrito nunca, Huckleberry Finn quizá sea la más bella y la más divertida de todas. Y sus protagonistas son un chico blanco y un esclavo negro. Los dos huyen. Los dos comparten una balsa, un río, la noche, el miedo, el odio a los mayores que quieren atraparlos. Como es lógico, en la novela se usa la palabra nigger, porque así hablaban los blancos que perseguían a Huck y a Jim. Que yo sepa, el buen Huck nunca la usa. Al contrario, la novela cuenta cómo Huck aprende a comprender y a estimar a un chico negro de su misma edad, al que la cruel estructura social de su época había condenado a vivir en un universo paralelo. Si hay una novela que represente lo mejor del género humano en su lucha contra el racismo y los prejuicios, esa novela es Huckleberry Finn. Y si hay un escenario de ficción que haya atrapado la misteriosa esencia de la felicidad, es la balsa de Huck y Jim deslizándose por el Mississipi. Pocas novelas pueden hacer más felices a los escolares que las lean.

Se mire como se mire, las ideas repugnantes de Donald Trump no son más que la contrapartida de los dogmas delirantes de la corrección política. Mal asunto.

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