La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La degradación del centro

El turismo de masas ostenta el mando de quien paga y tiene la razón absoluta del cliente

Hace tiempo escribí aquí sobre el abuso de los patinetes eléctricos que prefiero llamar tentetiesos: esos artefactos de dos ruedas sobre los que galopan que corta el viento los turistas que parecen haber hecho suyo aquello de que el cliente siempre tiene razón y el que paga manda. Ahora, como la compañera Trinidad Perdiguero informaba ayer, el Defensor del Pueblo ha instado a la Federación Andaluza de Municipios y Provincias a redactar una ordenanza tipo que regule su uso. Bien está, pero da igual. Un dique contra el Pacífico llamó Marguerite Duras a esta lucha contra fuerzas que siempre acaban venciendo.

El turismo de masas es una de ellas. Como las hormigas de Cuando ruge la marabunta o los paquidermos de La senda de los elefantes, arrasa cuanto se interponga en su camino, ya sean calles, comercios históricos, templos o vecindarios, sin que las autoridades puedan o quieran imponerle límites: véase con qué prodigalidad se dan licencias de bares o cómo la Catedral y el Salvador se han convertido en templos a tiempo parcial y museos a tiempo casi completo. Como sus dineros son necesarios, y más en ciudades de medio pelo y pocos recursos como ésta, el turismo de masas siempre acabará teniendo el mando de quien paga y la razón absoluta del cliente.

Se discute ahora el futuro de Mateos Gago. Se lo digo yo: es muy posible que se la desnaturalice alterando sus niveles y pavimentos -como se hizo con las plazas del Triunfo y Virgen de los Reyes- y es seguro que la prohibición o restricción del tráfico estrangulará aún más a los vecinos, cegándoles una de sus pocas salidas, y hará que la calzada sea ocupada por los usuarios en pie de los bares como las aceras lo están ya por los sentados. Bullas cerveceras es lo que les espera a los vecinos que resisten numantinamente.

Entre patinetes eléctricos, gamberros surfeando sobre tablas (ayer por la mañana recorría uno Sierpes a toda velocidad como si la calle fuera una ola hawaiana), tienduchas de recuerdos, comederos y bebederos, pisos (legales o piratas) para turistas, hoteles, veladores o bares de cuatro metros cuadrados que realizan el milagro de la multiplicación de las cervezas como si las calles y plazas fueran sus salones, el centro histórico de Sevilla se degrada sin que nadie ponga un poco de orden. Les recuerdo la copla: "Desgraciaíto de aquel que come el pan de mano ajena / siempre mirando a la carita / si la ponen mala o buena".

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