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EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

La democracia del gorjeo

COMO nunca he usado Twitter, me ha llamado la atención la velocidad con la que se ha colado en nuestras vidas. La semana pasada, una cadena de protestas en Twitter hizo que dos partidos políticos, el PSOE y UPyD, rectificasen -o al menos prometieran rectificar- su voto favorable a que los eurodiputados siguieran volando en clase business. En este caso, la protesta parece que tuvo un resultado positivo, pero no hay que hacerse muchas ilusiones sobre el fenómeno Twitter. Los mensajes de Twitter -que significa "gorjear" en inglés- están limitados a los 140 caracteres. Por definición, son simples exabruptos o comentarios fugaces que nunca podrán aspirar a un mínimo de complejidad intelectual. Twitter está bien para felicitar a alguien en su cumpleaños o para entretenerse en la sala de espera del dentista. Pero nunca debería ser usado como instrumento de decisión política. No puedo imaginar nada más calamitoso que un Gobierno que se dejara guiar por las caprichosas reacciones de los ciudadanos que tuitean su rabia o su frustración o su júbilo o su aburrimiento o su mala uva, dependiendo del día, o de la hora, o del minuto.

La democracia, si no quiere ser una simple fantochada, exige un liderazgo firme y una visión a largo plazo. Y los partidos ya llevan demasiado tiempo gobernando con la vista fija en las encuestas, como para que ahora empiecen a gobernar pendientes de los impredecibles cambios de humor que recorren los mensajes de Twitter. Una democracia no puede degenerar en una especie de plebiscito permanente sometido a los caprichos de los 160 caracteres de un mensaje de texto. El poeta William Yeats, que fue senador de Irlanda en los años 20 del siglo pasado, escribió que los senadores eran insectos del coral con cierta idea en la cabeza de la isla que algún día iba a formarse. Y esa idea debería aplicarse a cualquier político serio. Un político debe tener una idea a largo plazo de lo que quiere para su país. Y por eso mismo no puede dejarse llevar por las violentas oscilaciones del estado de ánimo de los usuarios de una red social.

Un buen político debe conocer los altibajos de opinión que se producen en su país, pero es una temeridad suicida para una democracia que las decisiones importantes se acomoden a las reacciones casi siempre histéricas que se trasmiten por las redes sociales en momentos de irreflexión o fastidio o simple aburrimiento. Me gustaría pensar que todavía hay políticos en España que serían capaces de gobernar de espaldas a Twitter. Y que llegado el momento, esos mismos políticos serían capaces de actuar como los insectos del coral que tienen una idea aproximada de la isla que algún día va a formarse en la superficie del mar.

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