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José / Chamizo / De La Rubia

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ES momento de pensar. Estamos en el tiempo para evocar recuerdos y labrar esperanzas. Llega la Semana Santa y, desde una concepción cristiana, es la vuelta a un rito que tiene la fuerza de renovar formas y ceremonias. Como cada ciclo, en uno de los momentos señalados del año, estas fiestas nos deben invitar siempre a una sencilla reflexión que se cita formalmente cada Cuaresma. Aprovechemos la luz que nos ofrece la llama humilde de la cera pascual. Ya llegó este plazo renovado, como la oportunidad cíclica de evocar lo nuevo y lo distinto, desde la vida interior y, de inmediato, compartirlo con los demás.

Desde la dimensión más íntima, gracias a un sentido imprescindible de comunidad, nos transformamos en parte de un todo que se anuncia. Si algo queda meridianamente claro en estas fechas es que sus días tienen la fuerza de ofrecer una evidente participación del conjunto de la sociedad, lo que posibilita la riqueza de formas y de concepciones de entender la Semana Santa en Sevilla y, desde luego en Andalucía. Buscando algún elemento común, creo que el que sobresale entre todos es el fenómeno festivo; toda la ciudad asume las fechas desde una concepción celebradora, en el más amplio sentido del término, ya que la fiesta es el modo en el que se muestra la religiosidad popular andaluza.

La fiesta puede ser solemne y también hueca; pero ante todo moviliza y hace partícipe a la ciudad entera. Nunca se hace indiferente o inocua. Invita a su contemplación y -hay que decirlo- también sabe alejar a los ajenos. La fiesta es tan extensa y compartida que consigue la mayor riqueza de matices en sus niveles de participación y, con sus eternos perfiles y modos de vivir las fechas, se alcanza lo que creo que es un valor en sí mismo en la sociedad y, por supuesto, en el seno de la comunidad cristiana: su rica pluralidad.

Toda esa movilización e implicación sociales han ido necesitando instrumentos de participación donde la gente ha aportado sus esfuerzos y ha expresado sus criterios en un juego de diálogo y presencia en la estructura de la Iglesia. También en este aspecto se han gestado muchas semanas santas. Al final, la participación ha sido provechosa y ha sabido alcanzar complicados ajustes en un permanente diálogo en el seno de las decisiones de la comunidad cristiana.

Lo mismo que se pueden encontrar elementos y rasgos comunes ante las manifestaciones de religiosidad popular en base al fenómeno festivo con sus distintos matices, también podemos buscar entre lo diverso un sustento común que dé sentido y alcance a tales celebraciones.

Desde la concepción cristiana, la fiesta debe ser a la vez un regocijo sincero y una inteligente excusa para despertar nuestros pensamientos procurando una dimensión más trascendental. Aun desde la concepción más laicista posible, resulta inevitable ser testigo de un rito enraizado en el sentido más solemne de la vida y de la muerte. Lo vemos en la figura histórica de un hombre que vivió entre la pasión de sus fieles y murió por el odio y temores de sus enemigos. Y, sin embargo, también la historia nos ofrece las dudas de dónde estaba la línea que separa ambas filiaciones. Ni quienes proclamaban su fidelidad supieron ser consecuentes en sus actitudes, ni los que acabaron como sus perseguidores fueron los últimos responsables de su muerte.

Más allá de la trascendencia que cada cual le ofrezca a la figura de Jesús, murió sufriendo por culpa de la peor de las condiciones humanas. Si es verdad que hombre fue, más Hombre murió. Aprovechemos la licencia del mito festivo como válida herramienta que ayude a volver siempre a los significados más hondos que se nos presentan en estas fechas de Cuaresma.

Descubriendo la idea que me persigue con fuerza, quiero expresársela: quizá no exista un único sentido a los días de Cuaresma, porque hablamos del umbral que pregona a la Semana Santa, que son a la vez muchas semanas santas, tantas como nos ofrece la creatividad de nuestra sociedad. Caben modos y estilos para desempeñar la variedad de papeles que interpretamos en estas fechas. Pero el cristiano, entre todas las fiestas y ritos, ha de quedarse con la mejor alegría de su fe y demostrar ante los demás la generosidad de ser consecuente con sus creencias. Para buscar en cada cual, para vencer nuestras tinieblas, basta la humildad de una llama.

Tiempo habrá de seguir compartiendo estos comentarios. Poco a poco, y despacio, como el fruto que cae del cirio prendido. Entre todos, como hermanos.

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