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A la deriva

Las insinuaciones de Catalá no se entienden sin la posición de barco a la deriva que representa hoy el PP

Siempre he tenido una buena opinión de Rafael Catalá, con el que además he podido coincidir alguna vez y nos agradó su cercanía y talante colaborador, su conocimiento sobre los problemas que se le iban planteando sobre la marcha y su sólida formación académica y humana, en la línea de los funcionarios técnicos del Estado tan del gusto del presidente Rajoy. Uno de esos ministros outsiders que suplen su falta de instinto político con formación, conocimiento y sentido común, que no es poca cosa para los tiempos que corren.

Por eso mismo ha extrañado su salida de tono en relación con el juez que ha dictado el voto particular discrepante en la controvertida sentencia de la Audiencia Provincial de Navarra de la que tanto se ha escrito. Si algo podíamos esperar de un partido conservador que se agarra como buenamente puede al poder en medio del tsunami que amenaza con asolarlo, es precisamente su apoyo indisimulado al poder judicial cuando casi toda la infantería social y mediática se ha lanzado en tromba para hundirlo, subidos en esa ola de protesta e indignación que nadie sabe muy bien dónde llegará.

Las insinuaciones de Catalá y su interpelación al Consejo del Poder Judicial, como un bidón de gasolina sobre el fuego del linchamiento popular, no se entienden sin la posición de barco a la deriva que representa hoy el Partido Popular, acosado por todos los frentes y desprestigiado ante los numerosos casos de corrupción que lo persiguen como si fuera una plaga, perdido el voto joven y no tan joven, e incapaz de articular ante la opinión pública un discurso creíble ante la subida imparable de Ciudadanos que no sea el alargamiento de la legislatura como remedio de todos los males. Ya son demasiados los que ven al partido de Albert Rivera no tanto como una alternativa, sino como un sustituto que ocupar el hueco que va dejando lastimosamente el centroderecha español.

Vivimos tiempos ciertamente complicados en los que la pérdida generalizada de valores bien pronto será -si no lo es ya- la puntilla de esta sociedad posmoderna atrapada entre el hedonismo y el consumo. Hasta ahora podríamos aceptar como algo previsible las respuestas demagogas y ventajistas de esa izquierda radical que parece vivir siempre en el Mayo del 68. Lo que no podíamos imaginar es que también nuestra derecha más cultivada se sumara tan contenta a la música machacona y desinhibida del populismo.

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