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la tribuna económica

Joaquín Aurioles

El desconcierto monetario

LA resistencia alemana a nuevas facilidades monetarias para resolver los problemas financieros de la periferia de la Unión Europea se explica por la dramática historia de la inflación en ese país y en el conjunto de la antigua zona de influencia del marco. A mediados de 1921 el dólar se cambiaba por 60 marcos. Dos años después el cambio era de 1 millón y la moneda alemana comenzó a rechazarse como medio de pago. Probablemente también sea la causa de la dimisión del economista jefe del BCE, en desacuerdo con la compra de deuda pública por sus previsibles efectos inflacionarios a medio plazo. La cuestión es que el último bastión del fundamentalismo monetarista también parece dispuesto a dejarse seducir por la tentación de utilizar los estímulos monetarios sobre la demanda a corto plazo.

Las evidencias sobre las consecuencias inflacionistas de un crecimiento monetario excesivo son difíciles de cuestionar a estas alturas, aunque también las haya de situaciones en que la regla no ha funcionado, como a comienzos de los 90 en Estados Unidos o en Europa en la actualidad. Cuando la evolución de los precios se separa temporalmente del crecimiento de la cantidad de dinero, los keynesianos tienden a interpretar que la diferencia se traslada a la renta real. Si el aumento de la cantidad de dinero reduce su velocidad de circulación, es probable que sus efectos inflacionarios también sean limitados y que una parte de ese dinero se dirija al mercado de factores, estimulando la producción y el empleo. Cuando a principios de 2008 el BCE, acuciado por las circunstancias, tuvo que desprenderse de su pudor intervencionista y comenzar a inyectar liquidez, existía verdadero pánico a sus posibles consecuencias inflacionistas. Flotaba en el ambiente el miedo a la estanflación de los 70, aunque sus consecuencias inflacionarias nunca llegaron a presentarse y ni siquiera los repuntes en el precio del petróleo y de otras materia primas, tanto en 2008 como en la primera parte de 2011, llegaron a reflejarse manera significativa en los IPC.

El estado del mercado de trabajo obliga a mantener las reservas sobre la efectividad de los estímulos monetarios, aunque los modernos enfoques sobre la determinación endógena de la cantidad de dinero sí que ofrecen explicaciones convincentes acerca de lo que puede estar ocurriendo. Según este enfoque, los bancos centrales tienen una capacidad limitada para fijar la cantidad de dinero en la economía y, sobre todo, como se emplea. Existen zonas oscuras donde se le pierde la pista al dinero inyectado y también la posibilidad de garantizar que se dirija hacia los fines pretendidos. El dinero es eminentemente fungible, por lo que difícilmente termina empleándose en las funciones específicas pretendidas, sostiene R. Davies en su A History of Money…, por lo que si se decide utilizar la política monetaria en la cruzada contra el desempleo, habría que intentar controlar previamente los caminos que siguen los fondos cuando se desvían desde la economía real hacia la financiera y más concretamente hacia el placentero refugio que en estos momentos encuentran en el oro y el franco suizo.

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