Cuchillo sin filo

Francisco Correal

El donoso escrutinio

NO han podido hacerle mejor homenaje. Con el celo de la delegada de Participación Ciudadana de Sevilla en negar el permiso a quienes pretendían homenajear a Agustín de Foxá en el cincuentenario de su muerte, hemos recuperado el encanto de los libros prohibidos. Yo también me acuso de hacer apología del franquismo, porque debo confesar en el confesionario de la tardoprogresía que disfruté como un cochino en un charco con la lectura de Madrid de corte a checa, obra maestra de Foxá que leí en paralelo a otras dos lecturas imprescindibles sobre la guerra civil, cuando fuimos talibanes de nosotros mismos: La esperanza, de Malraux, y Homenaje a Cataluña, de Orwell.

En un pasaje del libro de Foxá, el protagonista descubre a una turba de exaltados intentando derribar junto a la plaza de Oriente de Madrid la estatua de doña Berenguela argumentando que era la madre de Berenguer. En el pedestal de la estatua se leía Berenguela, reina de León. La madre de Fernando III, para más señas. En su donoso escrutinio, emulando al cura y al barbero del Quijote, la delegada de Participación Ciudadana mandó a la hoguera el libro de Foxá. Josefa Medrano, que así se llama la munícipe, trabajó de cigarrera en la Fábrica de Tabacos, hermosa metáfora para que el fuego destructor hiciera cuanto antes su purificador trabajo.

En ese afán de liberarnos de lecturas nocivas, habría que obligar a Manuel Gregorio González a que devolviera el dinero obtenido con el premio de biografías Antonio Domínguez Ortiz por haber dedicado su tiempo a escudriñar la vida y la obra de un escritor tan sospechoso como Álvaro Cunqueiro. Les sugiero que hurguen en las bibliotecas municipales y retiren de la circulación las novelas de Gonzalo Torrente Ballester, culpable de muchas cosas, y no la menor haber nacido en el mismo Ferrol donde nació el llamado Caudillo de quien estos escritores fueron sus bardos.

Me acuso también de haber leído La vida nueva de Pedrito de Andía, novela de Rafael Sánchez Mazas, que fue ministro en los primeros Gobiernos de Franco y le puso en bandeja a Javier Cercas la trama de Soldado de Salamina, novela que la señora Medrano debería leer con lupa por si hallara algún proselitismo del Régimen. Una culpa genética que debería hacer extensiva a los lectores de El Jarama, secuela franquista por haberla escrito Rafael Sánchez Ferlosio, hijo del Sánchez Mazas salvado del pelotón por el tal Miralles. ¿Y qué decir de Dionisio Ridruejo, que estuvo en la División Azul y encima tradujo el Cuaderno Gris de Josep Pla? ¿O de Buero Vallejo, que jugaba al ajedrez con el facha de Vizcaíno Casas? ¿O de Jardiel, Mihura y Tono, a los que ya afortunadamente nadie lee?

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