Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

La dura vida del turista

Miguel A. es de esas personas que ponen en práctica la conseja que prescribe escuchar más que hablar, que para eso tenemos dos oídos y una sola lengua (en el extremo contrario está quien es incapaz de escuchar o, peor, quien te lanza, con fingido interés, preguntas trampa para devanarte el cerebelo a continuación). Tengo para mí que, como sucede a mi buen amigo, las personas que así proceden son epígonos de Séneca, romano de Córdoba que escribió las imprescindibles Cartas morales a Lucilio: el estoico Miguel A., como la española con el beso, cuando sentencia, sentencia de verdad. El jueves, en el bar habitual, lo dejó caer a plomo, cataplón: "Qué dura es la vida del turista". Él, vaya por delante, es un ejemplar de esa especie que percibe y se relaciona con el dios de las pequeñas cosas: una cerveza acompañada de cachuetes, una charla charlada cien veces que reproduce el eco de unas mismas risas.

El turista contemporáneo del que él habla es una pieza de un puzle enganchado a un bajo coste que con frecuencia lo maltrata. Puede que escuche, aunque más bien lo que hace es oír una amalgama de sonidos urbanos, estándar y globales; nunca solo y siempre en compañía de otros. El turista no ve monumentos ni bailaores de plástico, sino que los ve, mira y enfoca sólo a través la pantalla de su cámara o su móvil de alta expresión (que puede costar el doble que las tres noches del combinado Praga-Budapest). El turista sufridor -su puntito masoca, cómo si no- suele ser arrastrado y abducido por la corriente de las bermudas (con cuatro o seis bolsillos, en caqui), por sus pares, y cuenta sus fotos como contaba muescas en su Colt Billy el Niño. O más bien, Rambo en su ametralladora M-60: miles y miles de disparos hace el turista contemporáneo. Los turistas de hoy vivimos para contarlo. No pocas veces estamos deseando, en silencio, volver: el viaje puede resultar un viaje de pesado. Y no digamos para sus allegados cuando, de vuelta en Ryanair nuestro Ulises, lo ven desenfundar el iPhone 8.

Más allá del turista de masas -y no digamos de la Taco People- hay otro tipo de visitante, que no es ya de bajo coste, sino más bien un trasunto miserable del viajero: solitario, sin mucha ruta ni programa, a buscarse la vida. Si ustedes están en fiestas en su ciudad -lo estarán pronto, si no-, habrán percibido esa legión de parias maltratados por sí mismos o por la vida, que son la estadística de la supervivencia hecha práctica: acuden a donde hay más gente, viven de la gente. En verdad que es dura la vida del turista, amigo Lucilio.

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