coge el dinero y corre

Fede / Durán

La economía del desamor

EN 2006 y buena parte de 2007 casi nadie imaginaba la densidad de los nubarrones que hoy descargan miserias sobre España y buena parte del resto de la clase club. Roubini, Stiglitz y Krugman no cuentan. Aquellos años fueron la cima del espejismo. Doblegábamos a Italia en el combate macro; cercábamos a Francia; desafiábamos a la mismísima Alemania. Por primera vez, el país se decidió a doblar sus bragas católicas en el último cajón del armario para cambiarlas por el tanga. Cosas de nuevo rico: 235.813 divorcios y 20.344 separaciones destrozaron el uso previo, donde mandaban las segundas y se procuraba huir de los primeros. Entre 2002 y 2005, el INE registró 210.891 divorcios, 25.000 menos que en la mitad de tiempo (2006-2007). Las separaciones, una vía tibia con puerta trasera a la esperanza, retumbaban como un tsunami: 295.733.

¿Qué ha ocurrido desde entonces hasta ahora? Separarse carece de atractivo, y no parece que la tendencia vaya a cambiar: 8.761 parejas lo hicieron en 2008, 7.680 en 2009, 7.248 en 2010 y 6.915 en 2011. Divorciarse, sin embargo, aún tira: 110.036 (2008), 98.359 (2009), 102.933 (2010) y 103.604 (2011).

Por ahí quiebra la teoría de la economía del amor. La cultura occidental ya no se aferra a la vida en pareja, ni siquiera aunque la rectificación de una decisión jurídico-sentimental conlleve costes notables. Y en general los conlleva: en 2011, los jueces asignaron una pensión alimenticia al 57,2% de las rupturas. En el 85,9% de los casos el pago de esa pensión correspondió al padre, que apenas logró la custodia de los hijos menores un 5,3% de las veces. Asimismo, en 12 de cada 100 ocasiones se fijó pensión compensatoria, desembolsada nueve de cada diez veces por el esposo. La foto cenital matiza todo lo anterior: sí, España se divorcia, se separa, se pelea, pero apenas se producen 2,34 disoluciones por cada 1.000 habitantes, el 0,3% más que en 2010.

Lo ideal sería que el sector privado (cadenas de distribución, banca, turismo, comercio) iniciase rápidamente su transición hacia una nueva especialidad: la economía del desamor. El nicho es enorme. Entre quienes rompen y quienes no se casan ni conviven hay y habrá hábitos de consumo diferenciados y crecientemente consolidados. El abanico de posibilidades es inmenso. Un ejemplo: el banco equis, conocido en el mercado por su bizarría, podría diseñar créditos blandos para el divorciado con poca liquidez pero ganas puntuales de asueto. Otro: hay agencias de viajes que programan paquetes para solteros bajo la filosofía de que encuentren a otros solteros y quizás surja, ah, la llama de la pasión, pero, ¿por qué no programar paquetes para solteros sin ganas de dejar de serlo o siquiera de interactuar? En este contexto, y con el aditivo del envejecimiento de la población, los servicios de dependencia se profesionalizarán más todavía, convirtiéndose en una floreciente industria del complemento a la soledad. La realidad va a menudo por delante de la ley. Y a veces también de una economía que necesita imaginación para reinventarse y mover el dinero.

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