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la noria

Carlos / Mármol

Un edificio hipnótico

TIENE razón Antonio Barrionuevo Ferrer, uno de los arquitectos que mejor conocen Sevilla y, quizás justo por eso, que peor ha sido tratado por esta ciudad cruel que es la capital del Sur. En uno de sus estudios sobre las Atarazanas, cuyas primeras intervenciones tuvo encomendadas, sostiene que lo esencial de su arquitectura es la sala. El espacio, sublime, que componen las diecisiete naves alzadas sobre la vieja alquería medieval: el elemento simbólico más importante de este noble edificio que es una catedral imperfecta. En realidad, la Atarazanas no son nada más -ni nada menos- que esto: una sucesión hipnótica de arcos apuntados sobre los que, con el correr de los años, se fueron sucediendo distintas intervenciones (unas más afortunadas que otras) que terminaron creando un segundo nivel edificado, en buena medida destruyendo casi toda la herencia previa, cuyo fin era cobijar el tesoro: los arcos. La planta original del antiguo astillero fue alterada a lo largo de su historia con fortuna dispar: Hacienda hizo tabla rasa con la herencia naval sin que se alzaran voces críticas y la Iglesia de La Caridad, mucho antes, se construyó apoyándose sobre estas estructuras o negándolas (por ejemplo en su patio) cuando le convenía. Dos antítesis de un proceso de evolución que es inherente al edificio que, ahora, le toca recuperar a Guillermo Vázquez Consuegra.

Las Atarazanas son acaso el mejor símbolo de Sevilla: una ciudad -no una estampa detenida en un tiempo estático en el que algunos buscan el paraíso perdido- acostumbrada a los cambios. Hija de la sucesión histórica. Un rasgo, aunque parezca mentira, de lo moderno. Curiosa paradoja en una urbe que algunos creen tradicionalista y, por supuesto, exclusivamente católica, como si La Giralda -muestra de magnífica síntesis arquitectónica- la hubieran forjado las manos cristianas. Vázquez Consuegra se inserta en esta sucesión (infinita) de la arquitectura patria. Ganó el concurso porque supo entender lo permanente de tantos cambios -el valor del edificio son sus naves- proyectando todo el CaixaForum sobre el segundo nivel, sustituyendo unas cubiertas que están en las Atarazanas pero no son las Atarazanas. Superando, con respeto, la herencia recibida y prescindiendo, como en San Telmo, del mito de una Sevilla que jamás existió. Una Sevilla que sólo es ficción.

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