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Tribuna Económica

Joaquín / aurioles

D efault

NO siempre se utiliza correctamente, aunque tampoco importa demasiado. El anglicismo ha encontrado tierra fértil en el vértigo de la crisis financiera internacional, consiguiendo desplazar a otras expresiones, como bancarrota, quiebra o suspensión de pagos, a pesar de que entre ellas existen diferencias de significado. En general se utiliza para referirse a cualquier forma de incumplimiento de compromisos de pago y vuelve al primer plano de la actualidad por el tira y afloja entre Grecia y sus acreedores para liberar al primero de parte de sus obligaciones, o al menos suavizarlas. Para los acreedores se trata, al menos en su primera reacción, de algo inadmisible, aunque la historia esté llena de ejemplos, como acredita J.M. Domínguez (Extoikos, nº 4, 2011). En torno a 260 identificadas, de las que más de 150 son posteriores al comienzo del siglo XX, y España es el país donde más veces ha ocurrido (en 14 ocasiones desde Felipe II), seguida en Europa por Francia, Alemania y Austria. Entre los últimos casos, el propio de Grecia en 2011 y el de Argentina en 2014, tras la polémica sentencia de juez norteamericano Griesa a favor de los "fondos buitre". Estos consiguieron hacerse con un paquete de la deuda argentina a precios muy reducidos, pero se resistieron a entrar en los acuerdos de reestructuración firmados en 2005 y 2010 por el 92% de los acreedores, llevando al país a una situación extrema. Atender la demanda de los buitres implicaba anular los acuerdos con los acreedores y retornar a los compromisos iniciales, lo que colocaba al país al borde del default.

Coincidía, por otro lado, con la fuerte inestabilidad monetaria provocada por la apreciación del dólar, que dejaba bajo mínimos las reservas argentinas en divisas.

Lo que se plantean en Grecia es similar a lo que tuvieron que hacer los argentinos el año pasado, aunque sin la inquietante presencia, por lo menos hasta ahora, de los fondos buitre. Las consecuencias inmediatas del impago pueden ser extraordinariamente graves en términos de acceso y coste de la financiación internacional, provisión de suministros básicos y estratégicos, conflictos políticos y diplomáticos (intervención de activos del estado en el extranjero, como barcos o aviones), etcétera.

A pesar de ello, cuando el coste es tan elevado que imposibilita la cobertura básica de problemas fundamentales internos, entonces un país puede elegir el impago. Esta posibilidad es tanto más probable cuanto mayor es la distancia al PIB potencial, es decir, al alcanzable con un mercado de trabajo en equilibrio, el endeudamiento público y la carga de la deuda.

Grecia consiguió en 2013 desbancar a España en el ranking europeo del desempleo, duplicando con crecer la tasa de paro de 2010 y elevándola hasta el 27.5%. También ha llevado el endeudamiento hasta el 175% del PIB y la prima de riesgo está por encima de los 1.000 puntos. Aumenta, por tanto, la probabilidad de default en Grecia, que ya era del 38,7% en el tercer trimestre de 2014, según el índice de riesgo soberano de S&P, aunque otros están todavía peor, como Venezuela, Ucrania y Pakistán, pero sobre todo Argentina, calificado ya como defaulted.

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