BREIKIN NIUS

Ignacio Gago /

El ejemplo de la BBC

LA BBC -British Broadcasting Corporation- ya no es lo que era. Tomada desde sus orígenes por las televisiones de medio mundo como el espejo en el que mirarse y reflejarse, durante la última década toda una serie de prolijos escándalos, meteduras de pata y pifias ensuciaron su brillante pasado como medio público de referencia. Pero la BBC, con 23.000 empleados en nómina y con una financiación vía canon obligatorio, se reinventa a sí misma y da un paso adelante ante la crisis económica que azuza: poner a la venta su histórica sede de Londres -conocida popularmente como El Donuts-, reducción de coberturas deportivas, eliminación de canales digitales y una nueva tanda de despidos. Un ajuste duro pero imprescindible para la supervivencia de su estructura elefantiásica que alcanza a los cinco continentes.

RTVE, lo más parecido que tenemos en España a la BBC, ya ha superado un ERE para adelgazar plantilla y paró, afortunadamente, sus planes de cambio a una majestuosa y nueva sede planeada por su ex Luis Fernández en tiempos precrisis, tras arreglar una deuda histórica que sobrepasó una nadería de 6.000 millones de euros. Y poco más. En las autonómicas, el ajuste no está ni se le espera, al menos a día de hoy. Y eso que arrastran en su conjunto una deuda que supera los 1.500 millones y que sus 8.000 empleados tienen su continuidad laboral, garantizada.

Mientras que aquí todo hijo de vecino busca fórmulas para contener el gasto público, las televisiones autonómicas no dan un paso al frente en la misma dirección con medidas que, cada día que pasa, son más inevitables e imprescindibles, al tiempo que dolorosas: clausura de segundos y terceros canales, reducir sedes y delegaciones, disminuir el abanico de ofertas radiofónicas como radiofórmulas y todonoticias o contención de plantillas. Aunque suene a herejía para la FORTA, el colectivo de las autonómicas, hay que contar con un Plan B que plantee, llegado el caso, emitir un 80% de programación idéntica para todos canales sin lengua propia y dejar el 20% restante para producir informativos y programas adecuados a cada comunidad. Más vale medidas audaces que rebajen la identidad regional que verse abocados sin remedio al cierre o a la privatización, opción esta última de momento utópica e imposible dado que una ley de rango estatal lo impide. La TV pública, estatal o autonómica, puede y debe buscar su acomodo en un nuevo mundo digital que ha desembarcado en el mercado adosado a una crisis económica mundial. El mercado audiovisual no es el de los 80 y 90, cuando nacieron las autonómicas que abrieron el camino. No somos la BBC pero no nos merecemos acabar teniendo simples canales de Bodas, Bautizos y Comuniones.

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