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Sueños esféricos

juan Antonio Solís

¡emoción!

QUE un equipo se ponga 0-1 en el Bernabéu, a no ser que suceda en la última media hora de partido, provoca la misma expectación entre aficionados y periodistas que el sorteo de campo previo al pulso. Todos saben que el Madrid acabará remontando y posiblemente goleando. Es tan inevitable como el ocaso cuando las horas del día se consumen.

El Levante compitió y hasta los últimos minutos se mantuvo vivo. Pero el foco se desviaba de la hierba. Apuntaba al banquillo. Allí estaban sentados Casillas y Cristiano, tan extraños en ese rincón como si pisaran la arena de la Maestranza una tarde de farolillos. Y ahí estaba la noticia, no en el balón. En el fútbol moderno, asistir a un partido ordinario de Liga ante Madrid o Barça parece un trámite previo de lo que importa. Estos encuentros, que tejen el nudo de la temporada, a veces se ven hasta inoportunos para lo que realmente nubla la vista del hincha: Champions, clásicos, derbis.

Sólo el chispazo -léase espectacular volea de Higuaín- y el dato que va más allá del partido -léase que Cristiano, con su gol, bate el enésimo récord de blanco- sirven para salir del tedio, de esa línea plana que avanza mientras la grey come pipas o hace fotos a Xabi Alonso junto al banderín.

Y para flashes, los que se ven en el Camp Nou. Si usted, como espectador, se fija bien en los planos cortos, verá que abundan los turistas. Parece que ir al Barça-Mallorca es el punto final del recorrido por el museo del club. Y más que gritar los goles, la gente emite reacciones más propias del que asiste al Circo del Sol. Asombro, delectación. Y apenas gramos de emoción, ya de por sí diluida por esos horarios tan repartidos -ay, aquellas jornadas dominicales...-.

El Mallorca era esta vez el figurante. Y mientras Cesc hacía un gol tras otro, la gente hablaba de un ausente, de Messi. Sólo se caldeó el ambiente con la entrada del admirable Abidal. Pero no confundan emotividad con emoción.

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