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Hoja de ruta

Ignacio Martínez

El emperador

EL viernes por la mañana, cuando despertara, Sarkozy debió mirar a Carla Bruni y ver a Josefina. Se pudo creer más Napoleón que nunca; el emperador de Europa. La víspera había conseguido que sus colegas, de izquierda, derecha o centro, mantearan a la comisaria luxemburguesa Vivien Reding por haber tenido la osadía de comparar las deportaciones de gitanos rumanos y búlgaros con las de la II Guerra Mundial. Nada dijo Reding de judíos o de nazis, pero poco importa. Su frase precisa fue "ésta es una situación que nunca había pensado que Europa volvería a ver tras la II Guerra Mundial". Suficiente para que los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 se dedicaran a criticarla y evitaran pronunciarse sobre la deportación de gitanos ordenada en Francia. Por cierto, que el presidente de la República es hijo de un aristócrata húngaro exilado tras la toma del poder por los comunistas en 1944, y de una judía francesa, lo que quizá permita comprender su grado de indignación por la alusión.

Méritos ha hecho. Cuando en los años 80 el ultraderechista Jean-Marie Le Pen descubrió la gran rentabilidad electoral que reportaba un discurso xenófobo contra el inmigrante indeseable, estaba haciendo escuela, más allá de las ideologías. Le Pen ejerció el mismo magisterio en ese campo que en nuestras costas andaluzas Jesús Gil en materia urbanística. El éxito de la fórmula Le Pen contra el extranjero provocó incluso un trasvase de votos del Partido Comunista francés al Frente Nacional. Un arrastre que, lejos de ser un cambio de chaqueta, era un problema social. Mientras que la gauche caviar, la izquierda pudiente y solidaria de barrios acomodados, era capaz de defender con ardor los derechos de los inmigrantes, el obrero que vivía en un barrio de extrarradio soportaba a vecinos extranjeros que generaban en su bloque problemas de violencia, suciedad extrema o ruido.... Problemas de convivencia que le llevaban a votar FN, contra un insoportable vecino.

Tras tantos fuegos artificiales, seguimos sin saber qué harían los gobiernos europeos para integrar población marginal, cualquiera que sea su etnia o procedencia. Nadie tiene la solución, es cierto, pero la Europa actual no está para emperadores de ninguna clase.

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