Economía para principiantes

Fede Durán

No se entera

COMO estudiante, uno siempre cuenta con dos métodos de superación del obstáculo: la fidelidad al trabajo diario -una fórmula casi infalible y a la vez casi inverosímil- o un esfuerzo tardío y maratoniano que, bien mezclado con el azar y la inspiración, fabrica de cuando en cuando sólidos resultados. Esta segunda opción, más apta para vagos y bohemios, tiene, como bien sabe el lector, su reverso tenebroso: a menudo llega el implicado tarde y mal a la batalla del examen. Si el Gobierno se transmutase en estudiante, pertenecería indudablemente a este desordenado colectivo. Su actitud ante la crisis es un ejemplo óptimo.

Lo sabe el propio PSOE, alarmado por el retraso en la reacción presidencial. Y lo saben los economistas españoles y extranjeros, escépticos ante el propugnado cambio de modelo. Afirmaba Zapatero en una muy reciente entrevista con La Sexta que jamás ha padecido el síndrome de La Moncloa. Incluso se permitió explicar el fenómeno: tanto asesor y tanta pleitesía ciegan con el tiempo al aplicado gobernante. Él, sin embargo, es inmune a la megalomanía. Y, sobre todo, al proceso consistente en transformar la realidad en un enunciado de fresa y chocolate. Por eso negó la crisis cuando sus destellos ya escupían metralla y por eso lanza ahora una Ley de Economía Sostenible tan abigarrada como deforme. Quizás inconscientemente apesadumbrado por sus escasos reflejos, el presidente ha pretendido abarcarlo todo de un plumazo, como si una ley plagada de efectos especiales remozara el tejido productivo, el mercado laboral o el sistema financiero.

Zapatero quiere ser como Hansel y Gretel. Echa miguitas al suelo -reforma de las pensiones, posible reparación de la imagen de la energía nuclear, transparencia en los sueldos de los banqueros, reducción de emisiones contaminantes- para no perderse, pero, como en el cuento, el entorno se encarga de jugársela bien rápido. Cada una de sus migas es una prueba más de su desorientación, de su desbordante fantasía. Todo en su discurso -todo- está infestado de contradicciones. Y España, entretanto, sigue en el quirófano, drogada y torpe, cuando sus vecinos enderezan el PIB a golpe de pico y pala. La tautología del líder -cambio, cambio, cambio- esconde su incapacidad para ser impopular, enemistarse con quien haga falta y atajar la sangría nacional por el bien del país (aunque el bien del país implique el castigo personal y la subsiguiente pérdida del poder). Zapatero siempre será ese estudiante despeinado y ojeroso incapaz de aprovechar los tiempos para vencer los plazos y aparecer pertrechado el Día D. Zapatero aún no se entera de nada.

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