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Alejandro V. García

La escapada

EL PP-A liquidó el congreso de Granada con la misma urgencia con que los amenazados por los incendios empaquetan los enseres más queridos antes de escapar: joyas, escrituras de propiedad, orgullo de clase y fotos de familia. Las llamas que avanzaban sobre los congresistas eran los miles de funcionarios y de indignados de toda condición que habían fletado autobuses con el propósito de cercar el edificio y abuchear a Rajoy y a su generalato después de la verbena de la elección de Zoido. Fue el alcalde de Sevilla quien alertó del fuego al presidente del Gobierno y le convenció de las ventajas de no demorar la estancia en Granada. Zoido, por añadidura, no se debía sentir cómodo en una ciudad desconocida e incomprensible donde, cuatro días antes, el presidente de su partido, a modo de bienvenida, como hacen los jefes de las tribus amazónicas con los aventureros, le había obsequiado con unas alpargatas de cáñamo. Zoido tuvo la oportunidad de responder con unas cuentas de vidrio pero se limitó a levantar las alpargatas como un trofeo incongruente (y de sibilinos significados) y hacer como si comprendiera el mensaje.

Así que el sábado cumplieron aprisa los ritos de proclamación, anudaron los fardos y dejaron la ciudad con el alivio de quien escapa de una calamidad bíblica. Unos por tierra y otros por aire. ¡Adiós Granada! Alguno quizá se sacudió en la frontera el polvo de las alpargatas como hizo Santa Teresa. Es el signo de los tiempos. La huida de Granada fue, bien mirado, el justo colofón al desastre que supuso la victoria insuficiente de Arenas y el estremecedor naufragio de una armada que se creía invencible. El fracaso dejó a cientos de militantes con la miel en los labios, marcó el techo del PP y liquidó a un líder cuya sustitución ha levantado mucho resquemor a pesar de la victoria a la búlgara de Zoido o precisamente por eso. Un presidente que huye después de ser elegido es un pésimo presentimiento.

Qué pronto ha acabado el tiempo de promisión. A partir de los grandes recortes, el PP corre el riesgo de convertirse en una comunidad huidiza, lista para levantar el campamento en cuanto lleguen noticias de la llegada de los bárbaros, nativos indignados entre los que abundan, además de los ideológicamente contrarios, quienes hace apenas ocho o nueve meses auparon a la derecha al poder en medio de una algarabía incontenible. Porque si ahora anda todo mal, el futuro será peor. Aún estamos en la fase de la teoría. Cuando a partir de septiembre se perpetren todas las iniquidades económicas, suba el IVA, el copago vacíe el bolsillo, los parados agoten el triste subsidio y los funcionarios celebren la Navidad velando el cadáver del turrón con dos cerillas, entonces ¿qué pasará?

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