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La esquina

josé / aguilar

Contra el escrache

LO han hecho ya una plataforma de lucha contra los desahucios, grupos de perjudicados por las acciones preferentes y algunos colectivos de trabajadores despedidos: siguen a los representantes políticos -hasta ahora, siempre a los del PP- dondequiera que vayan para gritarles sus reivindicaciones y exigirles que las asuman y defiendan.

La palabra viene de Argentina: escrache, que significa señalamiento, apuntar a alguien para que no pase desapercibido o denunciarle por no actuar de la manera que exigen sus señaladores. Su apariencia es legítima: obligar a los políticos a escuchar la voz de la calle, evitar que se comporten como una casta cerrada e impermeable, ejercer la libertad de expresión sin intermediarios, directamente por los ciudadanos.

La realidad va por otro lado. Tal como se está desarrollando en las últimas semanas, el escrache es un fenómeno netamente antidemocrático, en la línea de impugnación de la democracia representativa que los antisistema pretendieron dar al movimiento de los indignados desde el minuto uno. Lo que han hecho hasta ahora sus impulsores ha sido acosar con gritos y panfletos a parlamentarios y otros cargos públicos -siempre del PP, insisto: no se han visto señaladores contra los ERE- en plena calle, aporrear las puertas de sus domicilios, llamarlos asesinos o ladrones y pregonar sus fotografías. Señalarlos.

Esta intimidación no puede aceptarse sin más como un simple incordio derivado del ejercicio de los derechos democráticos por parte de ciudadanos que no tienen otros instrumentos para hacerse oír. Porque no es un incordio, sino una agresión. Una de las mejores ventajas de la democracia es que la libertad de uno ha de desplegarse respetando la libertad de los otros. Siempre, en todo caso. Y a estos parlamentarios acosados, violentados y sometidos a linchamiento -de momento, intelectual- se les está atacando en su derecho a la intimidad, la inviolabilidad del domicilio y hasta la protección de menores (¿qué pasa si el vilipendiado va acompañado de sus hijos?).

Y si vamos al fondo de la cuestión, la cosa no mejora: con estos señalamientos se les está diciendo a los diputados que sólo les dejarán en paz si aprueban lo que los manifestantes reclaman. Se llama chantaje. De todas, todas. Ninguna democracia, por imperfecta que sea, como la nuestra lo es, puede convivir con este estado de coacción. Ni a los diputados ni a nadie.

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