Legitimado, como otro cualquier bético, Rafael Salas para presidir el Betis, la incógnita es si resulta oportuna una nueva batalla electoral. Una batalla electoral cada seis meses no hay club en el mundo que lo resista, por lo que habrá que seguir creyendo que el, por siempre y para siempre, Real Betis Balompié está hecho de material infungible. Claro que tampoco es cosa de ir comprobando a diario la resistencia de dicho material.

En este Betis tan cogido con alfileres, con tantos frentes abiertos y tan tiroteado desde tantas garitas, una nueva batalla electoral no es que le venga mal, sino que puede resultar de funestas consecuencias. Por lo pronto, las heridas abiertas y que tanto tardan en cauterizar se verán acompañadas por las que habitualmente genera una carrera con meta en las urnas. Ya son varias las asambleas que han debido soportar los actuales mandatarios y una más se antoja perniciosa.

Con estos argumentos no pretendo interferir en un proceso que, aparentemente inevitable, debe discurrir con el fair play por bandera. Nada perjudicaría más al Betis que una carrera llena de zancadillas, por lo que apostemos por una lucha leal que, entre otras cosas, sirva para demostrar de forma palmaria que el Real Betis Balompié está vivo y sería fantástica la confirmación de que no hay lanceros en el mundo que puedan acabar con el club de las trece barras con corona.

Por lo tanto la irrupción en el campo electoral de dos cachorros como el hijo de Salas Tirado y el nieto de Manolo Romero me parece tan legítima como inoportuna. Este Betis que vive sempiternamente en el alambre merece de una puñetera vez encontrar la estabilidad que le niegan sus diferentes tribus. Falta mes y medio para una nueva confrontación y en este tiempo me malicio que surgirán demasiadas chinitas como para que el Betis pueda transitar con normalidad.