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Crónica personal

Pilar Cernuda

No hay que exagerar

DICE Solbes que no hay que exagerar, que no es para tanto. Al vicepresiente económico no le parece relevante que a unos cinco millones de españoles no les llegue la camisa al cuerpo por la bajada brutal de la bolsa, no le importa que infinidad de familias se vean angustiadas por la subida exagerada de la cesta de la compra, no le parece relevante que hayan cerrado miles de agencias inmobiliarias, que la crisis de la construcción haya enviado al paro a decenas de miles de trabajadores y que llenar el depósito de gasolina o gasoil se haya convertido en una preocupación. "No hay que exagerar", dijo Solbes el día que el Íbex bajó más de 7 puntos y en las bolsas se pronunciaba la palabra "pánico".

Sin ninguna duda, la situación económica española es infinitamente mejor que la de la mayoría de los países que nos rodean, tenemos recursos suficientes para aguantar el tirón y no se puede hablar ni de lejos de recesión, aunque el crecimiento ha sido algo menor de lo previsto. Pero cuando pasa un día y otro con malas noticias de bolsa, cuando vemos pelar las barbas del vecino y cuando la preocupación empieza a asentarse entre los que conocen bien el mundo del dinero, el encogimiento de hombros del vicepresidente de Gobierno no sólo puede ser irresponsable, sino incluso inquietante, porque da a entender que los intereses electorales están por encima de todo y, por tanto, no cree conveniente asumir que algunos datos económicos empiezan a cambiar de signo. Por eso es preocupante su actitud, porque si no reconoce que existe un problema, malamente podrá tomar medidas para paliarlo.

Con toda certeza, no es Pedro Solbes el causante de la situación, tiene la mala suerte de estar en el peor sitio en el peor momento, pero a él le corresponde coger el toro por los cuernos, y su frase tranquilizadora, en lugar de tranquilizar, incrementa la desazón. El alza del petróleo, la crisis de las subprimes en Estados Unidos, el alza de las hipotecas, la grave crisis del sector de la construcción y las restriccciones de créditos eran síntomas suficientemente claros de que algo había que hacer para que no nos pillara la marea negra, pero Zapatero se apuntó al triunfalismo, al somos lo mejor del mundo mundial y todo el mundo nos envidia por nuestros datos económicos, y no se tomaron medidas para detener la cuesta abajo. Al contrario, el mensaje triunfalista fue más insistente y se acusó a la oposición de hacer catastrofismo, y el resultado es que empezamos a ver las orejas al lobo sin que nadie con responsabilidades de gobierno aparentemente tenga ganas de afrontar con energía la situación.

Una cosa es evitar el alarmismo y otra muy distinta encogerse de hombros. Una cosa es moverse con prudencia y otra muy distinta dar a entender que no pasa nada, no sea que la crisis afecte al voto el día 9.

Todos los gobiernos occidentales toman decisiones estos días para que el golpe sea menos duro. Excepto el español: "No hay que exagerar".

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