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Las dos orillas

josé Joaquín / león

El éxito de la mujer barbuda

HA sido una pena que ningún partido político haya caído en la cuenta de presentar a una mujer barbuda encabezando su lista del Parlamento Europeo. Hubieran arrasado. Barba tiene Miguel Arias Cañete y mujer es Elena Valenciano. Quizá por eso a Felipe González se le ha ocurrido rescatar el mito de la gran coalición entre el PP de las barbas y el PSOE feminista, en plena campaña de las Elecciones Europeas, cuando ese Gobierno variopinto no se está planteando y sólo sirve para distraer, como una mujer barbuda más, otro fenómeno pintoresco.

No se habla ni se escribe de otra cosa. Desde que supe que Austria presentaba en Eurovisión a una mujer barbuda lo dije: "Ésta gana seguro, y por paliza". En estos tiempos, a una mujer barbuda no hay quien le gane. Y lo de menos es la canción, pues importa más la apariencia que la realidad, la extravagancia que el fundamento. Se pone el acento en la excepción; y cuanto más friki o más espantoso, mejor.

Al darle el triunfo a Conchita Wurst, Europa se retrata. Algunos sostienen que ha sido un triunfo del lobby gay, detalle que se apreciaría en la lista de los países que le otorgaron los 12 puntos, entre ellos España. Pero, por encima de eso, es el fin del glamour. Antes, para ganar, había que ser como Suecia o Dinamarca, y presentar a unas rubias despampanantes, y aglutinar votos, en plan mafia descarada, con los países del entorno. Ya sólo hacen bloque los países del Este. Pero Conchita los puso en su sitio y le dedicó el triunfo a Putin, otro detalle, pues el ruso no ve con buenos ojos a travestis ni a tías barbudas.

Así las cosas, las votaciones fueron como un test para Europa. Todos los países políticamente correctos (los del oeste, los nórdicos, los que pagan con euros) votaban a Conchita, que defendía la modernidad de Austria, cuyo idioma es el alemán, a fin de cuentas. La romántica Viena ha pasado de los valses de la familia Strauss a este bodrio, a esta marea recolectora de votos inducidos por el marketing.

No se llama Conchita y todo lo suyo es falso. Con tanto fijarse en las apariencias, más que en la realidad, así le va a Europa. Cada vez pinta menos en un mundo donde las grandes decisiones y los grandes proyectos se gestan en Asia y en Estados Unidos. Y todo ello mientras el Viejo Continente languidece, estropeando las ideas, perdida la razón, buscando diversión con lo inexistente o lo imposible.

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