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La tribuna

Rafael Rodriguez Prieto

El exotismo de Obama

DE verdad pueden representarnos senadores y congresistas que son casi en su totalidad multimillonarios?", me plantea el profesor de la Universidad de Brandeis David G. Gil, cuando le pregunto por las elecciones en su país. Yo le digo que en el mío hay políticos que padecen un síndrome muy curioso denominado audismo social. Le explico que es un síndrome que afecta al político español con querencia a la adquisición, a cargo del contribuyente, de coches marca Audi; se trata de una manifestación de un mal, preocupante en un supuesto servidor público, denominado autismo social. Gil es pesimista con lo que puede hacer la nueva Administración, especialmente a causa de la influencia del dinero en la política, y así me lo transmite.

Después de ocho años de un gobierno como el de George W. Bush existe el riesgo de que cualquier cambio sea saludado con un exceso de entusiasmo y carencia de realismo. Obama ha dado esperanza a los ciudadanos estadounidenses, pero también signos que no invitan al optimismo desaforado de nuestros presentadores de telediarios.

La sensibilidad social reflejada en su libro La Audacia de la Esperanza ha tenido su contrapunto en decisiones controvertidas como la exoneración de responsabilidad de las grandes corporaciones en casos de espionaje y complicidad con el gobierno de EEUU. después del 11 S, o la financiación de su campaña con ingentes fondos privados, o su idea de canalizar la asistencia social a través de organizaciones religiosas caritativas. ¿Hasta qué punto van a influir los grupos de presión de Washington en el candidato que basó su campaña en la crítica de los mismos?

En Europa parece como si la victoria de Obama fuera a resolver todos los problemas transatlánticos e incluso a aliviar la crisis. Hay bastante de ingenuidad en esa manera de discernir. Hay que ser realistas y pensar en dos cosas: primero, en lo que puede hacer un presidente de centro derecha con una sensibilidad social probada, por sus orígenes en los movimientos sociales de Chicago y, dos, cuál será su capacidad de maniobra para llevar a cabo sus planes.

Lo primero que se va a encontrar el presidente Obama es un déficit público que supera los nueve trillones de dólares en un país con carencias graves en servicios públicos como la salud, las infraestructuras o la educación. Se supone que los republicanos son los que están en contra del Big Government; es decir, del gasto público y de la intervención del Estado en la economía. Pero administraciones como la de Reagan o Bush son de las que más han endeudado al país; no para dotarlo de un sistema sanitario civilizado, sino para financiar las reformas fiscales a favor de los más ricos, invertir cuantiosas sumas de dinero en guerras a lo largo del mundo y, últimamente, transferir millones de dólares para que los bancos puedan financiar sus fusiones y arreglar sus balances a cuenta los ciudadanos estadounidenses.

Algunos piensan que ser el primer presidente negro es algo lo suficientemente significativo como para que se derive un cambio de ello. Sabemos que muchas personas que pertenecen a esta minoría siguen ocupando una gran parte de los trabajos mal pagados y estas familias suelen ser las de menor ingresos, a la vez que sus hijos registran las tasas más altas de abandono escolar. Pero también conocemos que la madre de Barack Obama era blanca y murió en la cama de un hospital mientras pleiteaba con su compañía de seguros, que le escamoteaba la atención sanitaria que el cáncer de ovarios que padecía precisaba.

La cuestión, entonces, no es ni el color, ni el género, ni la religión, se trata de algo más. El elemento central es que se trate de un presidente que se identifique con las necesidades de la inmensa mayoría de los ciudadanos y trabaje por ellas.

Bien mirado, es una suerte para los republicanos perder la elección. El escenario económico de los próximos años está más cerca de una película de terror que de otra cosa. El mantenimiento de las tropas en el exterior es una sangría de dólares diaria y las cuestiones migratorias, una preocupación constante. Son éstas últimas las que más desatendidas han quedado en los programas electorales de los candidatos.

Elena López, ciudadana estadounidense y mexicana, me dice en una ciudad de la frontera: "Votaré en las elecciones porque es mi deber cívico, pero ningún candidato va a resolver el problema de mi hija que vive hace años en sin documentación". Junto a la elección de presidente, los estados y condados aprovechan para que los votantes se pronuncien por propuestas específicas que conciernen a un buen número de asuntos diferentes. Elena pertenece a una de las muchas iglesias protestantes que cada día ganan adeptos entre la comunidad latina de uno y otro lado de la frontera, por eso votará contra los matrimonios de homosexuales en California y contra el aborto.

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